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Cambio de sentido

Hablar con máquinas

Las grandes empresas disponen de un sistema de incomunicación que nos pone al habla con máquinas

Cuando el presentador del telediario se despide con un "buenas noches", la abuela a veces le responde: "Igualmente, hombre, vaya osté con Dios". Es lo máximo a lo que deberíamos llegar a hablar con las máquinas, pienso a veces, a indicarle a gritos desde el salón al futbolista cómo tiene que hacer un regate, a devolverle el saludo a los homúnculos que habitan dentro del televisor. De un tiempo a esta parte no hacemos más que susurrarle a los cacharros. En vez de llamar a la amiga que me ha hecho un feo, le pongo un audio. Así evito que me rechiste en directo (o así consigo, tal vez, que me escuche una frase al completo, y que mi cabreo no se lo lleve el viento). Ella me responde con otro, y así se configuran las trincheras de una riña en diferido en el que evitamos el conflicto directo y decir de viva voz lo que pensamos. Receta también válida para el amor. Estas y otras redes presentan sus ventajas, pero me hace pensar en que la forma en que nos comunicamos determina en gran medida la manera de relacionarnos. Lo llaman amor líquido, pero también podría llamarse amor -y odio- del lacio.

Pero aquí no queda la cosa. "Ha llamado usted a Nadie S.A. Para hablar en castellano, pulse 1. Para galego, preme 2… Diga alto y claro su número de DNI. Lo siento, no le he entendido bien. Diga ahora el motivo de su consulta. Ha dicho "quiero hablar con humanos". Si es correcto pulse 1…". Este tipo de conversaciones con la nada y para nada se han normalizado en nuestro Sistema. Energéticas, bancos, seguros, operadoras de telecomunicaciones, ciertas administraciones, grandes empresas gobernadas por El Hombre Invisible, han perfeccionado un poderoso sistema de incomunicación basado en desalentar a quien venga a molestarles con consultas o reclamaciones. A su vez, se muestran realmente proactivas en el trato persona a persona para hacer un contrato plagado de cepos. A quienes la brecha tecnológica les ha cogido a este lado, fuera de las pantallas, les aflige más la impotencia a la hora de hablar con máquinas programadas para incomunicar.

Cuenta Juan Vicente Piqueras en un genial poema que, como mi abuela, su padre también hablaba y hasta discutía con el presentador del telediario. En una ocasión, cuando ya estaba enfermo de alzhéimer, se fue para la tele con la intención de destrozarla. Entre el anciano demente que apalea el televisor y el hombre de éxito que susurra a Siri palabras obscenas para no dormirse tan solo, díganme: quién es el loco, quién el sabio.

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