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José Ignacio Rufino

Haciendo amigos entre las redes

MI compañero de despacho sí lo es, pero yo no soy experto en redes sociales. Sí me sé que hubo un tal Frigyes Karinthy, húngaro, que hace noventa años propuso la teoría de los "Seis grados de separación", que dice que cualquiera en el mundo puede estar conectado con otra persona través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios. El mundo es un pañuelo.

Recuerdo que la primera vez que fui a Marruecos me preguntaban los lugareños cosas tan graciosas como "¿conoses a Paco, de Barselona? O "Aitor gusta mucho té a la menta", sin que yo supiera bien si quien me hablaba era un místico sufí que alegorizaba sobre el dios de los vascos, o si el tal Aitor era un tipo corriente de Portugalete. Quizá quienes estas cosas preguntaban no eran más que seguidores naturales de esta teoría, que en los 60 fue reformulada por el psicólogo Stanley Milgram mediante un experimento con tan bello nombre como "El experimento del mundo pequeño".

Pues bien, nadie podría pensar en los tiempos de Milgram que los ordenadores y su interconexión planetaria, internet, iban a hacer que el número de grados de separación entre las personas fuera fulminado. Es muy difícil que usted no haya estado conectado alguna vez de una forma u otra con un internauta, un viajero, un bloguero, un pornófilo o un aficionado al cine de, es un poner, Nueva Guinea Papúa. La red de redes, ese prodigio, ha cambiado el mundo. Un prodigio de la relaciones humanas, pero también un troyano que trae su propia perversión dentro. No lo soy tampoco, pero no creo que haya que ser experto usuario del Messenger o el Tuenti para ver que se te puede meter en casa cualquier canalla, incluso sin necesidad de entrar por la puerta con su cuerpo serrano. Quizá ser padre ayuda a verlo claro. Alguien cercano -madre, por cierto- me llamó "retrógrado" por afirmar esto, pero no consiguió convencerme de que mi sensación de peligro fuese paranoica.

No creo que sea ya razonable aspirar a que las pandillas se formen como lo hacíamos en verano en la sierra, donde había que soportar el desdén, la recomendación y la prueba de fuego para llegar a ser miembro de pleno derecho de una de ellas, quizá pinchándote con una púa de rosal en la yema del dedo para intercambiar tu sangre con uno de los que iban a ser tus correligionarios. Tampoco critico que mucha gente ya talludita estire su juventud y sus ganas de conocer gente y más gente y, de paso, mostrar su mejor perfil, sus fotos de Praga-Budapest, su mejor biquini o su última cogorza. Todos necesitamos cariño, atención y comunicación, y los buscamos como nos place. Pero algunas sobrinas me han informado que, por mucho que para pertenecer a estas redes alguien debe invitarte "a la pandilla", lo cual confiere una cierta seguridad, la realidad es que dicha seguridad es tan sorteable como lo soy yo defendiendo a Messi. Y quienes la sortean no van precisamente en son de paz.

Me comentan estas jóvenes, menores de edad, que continuamente deben rechazar propuestas de desconocidos que piden permiso para entrar en su club y establecer una bonita relación. También, que el acoso colegial más cruel fluye por ahí, y deja al colegio libre de responsabilidad y a los padres ajenos. Una amiga me cuenta que su hija le dijo el otro día señalando a una joven unos diez años mayor que la niña (unos 25 años): "A esa la conozco yo". ¿De qué?". "Del tuenti, tiene unos amigos muy enrollados", de alguno de los cuales ella ya conocía hasta los tatuajes... por fotos. Haciendo amigos.

En Andalucía ya hay cientos de miles de estas cuentas, y muchos de sus titulares tienen poco más de diez años. Apuesto a que no pocos de sus padres lo ignoran. En estos días, el Tuenti se ha movilizado para encontrar a Marta. Ojalá eso ayude a la Policía que, por su parte, está concentrada en el ordenador de la niña perdida y en sus conexiones en red.

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