La ciudad y los días

Carlos Colón

Hágase bien

LLENEN en buena hora de terrazas la Avenida. Pero que se haga bien. Porque la catastrófica forma en que se ha resuelto su peatonalización en lo que se refiere al arbolado (más bien des-arbolado), a los pavimentos y a la ordenación de la coexistencia entre el seudo-tranvía, los peatones y las bicicletas, ha demostrado que lo bueno mal hecho es malo. O muchísimo menos bueno de lo que podría ser. Imagínense una Avenida que, precisamente por ser peatonal, hubiera recuperado el pavimento de adoquines que le quitaron los ayuntamientos franquistas para "modernizarla" -siempre la misma excusa- asfaltándola, y que, en vez de sufrir la tala de los grandes árboles que convertían el tránsito del Coliseo a la Puerta de Jerez en un túnel verde, se hubiera llenado de ellos hasta la Plaza Nueva. Relieve de adoquines, verde de hojas, sombra de árboles, tránsito ordenado... Un paraíso. En vez de eso lo que tenemos, como sustitución del infierno del tráfico, es el purgatorio de los naranjos enanos, gordos y cabezones que parecen de pega, el caos del tránsito, las mamparas, el horroroso pavimento y -como corresponde a todo purgatorio- las llamas del nuestro tiránico sol achicharrando a los caminantes.

Con lo de las terrazas pasa lo mismo. Si se pusieran al modo de las romanas, parisinas o barcelonesas -acotadas, sombreadas, bien amuebladas y servidas-, ¿a quién le importaría que ocuparan hasta más del 10% que les han destinado? Pero si todo se hace tan mal como la peatonalización es seguro que el resultado no será una Via Veneto o un Saint Germain des Prés a la sevillana, sino el cutrerío de mesas y sillas de cualquier tipo puestas de cualquier manera en cualquier sitio que estamos empezando a ver.

La cuestión, por ello, no es terrazas sí o terrazas no; ni qué superficie se destine a ellas. La cuestión es hacer bien las cosas. Y esto no es hacerlo como a uno u otro le parezca, sino como la experiencia enseña, las grandes ciudades europeas muestran y el sentido común aconseja. Visto lo mal que se ha hecho el bien de la peatonalización no cabe albergar muchas esperanzas de que el ejemplo europeo y el sentido común influyan en la disposición de las terrazas de la Avenida. Eso sí: la carencia de árboles puede convertirlas en un solárium privilegiado.

Y dejémonos de novelerías. Bares, cafés y pequeñas terrazas -veladores se decía aquí- ha tenido la Avenida desde que se abrió en 1929: del histórico La Punta del Diamante en que hacía tertulia don Santiago Montoto hasta el actual Bar Correos, pasando por el Coliseo España, el yé-yé Vía Veneto y tantos otros desaparecidos.

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