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La tribuna

Joaquín Guzmán Cuevas

Haití y otras miserias

NOS estremecemos ante los efectos devastadores del terremoto de Haití al igual que hace pocos años nos estremecimos ante los efectos devastadores del tsunami en Indonesia o ante tantas tragedias que han azotado, casi siempre, a los países más subdesarrollados del planeta. Ciertamente nos sensibilizamos ante la pérdida traumática de muchas decenas de miles de vidas humanas y ante las imágenes de televisión que muestran la miseria a flor de piel.

Cuando ocurren estas terribles tragedias nos movilizamos con generosidad: organizamos campañas de solidaridad, cuestaciones benéficas en las iglesias, maratones televisivos, partidos de fútbol amistosos con la participación de jugadores famosos, etc.

Pero las miserias de Haití no son nuevas. Verdaderamente, como se ha pregonado con insistencia en los medios de comunicación, Haití es el país más pobre del continente americano, pero existen al menos otros veinte países en el mundo que son más pobres que Haití. Por sorprendente que parezca, existen economías como, por ejemplo, la de la República del Congo, en donde el nivel de vida es casi cuatro veces más bajo que en Haití. Si consideramos las veintidós economías más pobres que la haitiana, podríamos señalar que allí se congregan más de 150 millones de personas con una esperanza de vida que apenas alcanza los 40 años, con más del 90% de analfabetos, donde no existen hospitales ni atenciones sanitarias mínimamente dignas y en donde, en definitiva, malviven en unas condiciones de vida realmente paupérrimas.

Ante todo este dramático panorama sólo nos movilizamos cuando nos enseñan por televisión los efectos de una terrible catástrofe. Pero la catástrofe humana en nuestro planeta es estructural, permanente… Y no sólo en Haití, en África, o en buena parte de Asia esta catástrofe humana está instalada. También en el mundo rico, como en la Unión Europea y Estados Unidos, están creciendo las bolsas de pobreza y el número de marginados. En concreto y sin ir más lejos, en la UE y bajo presidencia española, celebramos ahora el Año Europeo contra la Pobreza y la Exclusión Social porque existen 80 millones de personas catalogadas como pobres.

Frente a esta realidad, el presidente de la Comisión Europea afirma que "podemos lograr que estos 80 millones de pobres se conviertan en ciudadanos de pleno derecho". Probablemente el presidente Barroso está cargado de buena voluntad, pero probablemente también él sabe muy bien que este objetivo no se va a cumplir, como no se están cumpliendo los Objetivos del Milenio y tantos otros Programas de Ayuda al Desarrollo. Hay que decirlo muy claramente, todas estas acciones están concebidas desde la compasión, desde la caridad, lo cual es positivo y saludable, pero absolutamente insuficiente ante la profundidad y calado del problema.

Este problema se origina en el propio modelo económico que hemos construido hace más de doscientos años y en donde se sacraliza y se fomenta el egoísmo insaciable y desenfrenado. Anteriormente al siglo XVII, existían, junto a la ganancia pecuniaria, otras motivaciones en el comportamiento económico de las personas, tales como el honor, la amistad o la simple satisfacción de hacer bien las cosas. Sin embargo, a lo largo del tiempo, todas las motivaciones se han ido poco a poco reduciendo a una sola: la ganancia material y el dinero. Cada vez tienen menos peso otros criterios alternativos en nuestro comportamiento económico.

En este sentido, es importante señalar que todos los modelos y teorías económicas, que se diseñan, enseñan y propagan con las modernas y poderosas técnicas de marketing, están basados en la idea paradigmática de la maximización del beneficio, y en muchas ocasiones, a cualquier coste. Y ahí precisamente radica uno de los gérmenes del problema, pues ese paradigma va calando poco a poco en la mentalidad de los líderes políticos y económicos y, por supuesto, en todos los rincones del tejido social. Por mucha solidaridad y compasión que tengamos, nunca se podría acabar con la lacra de la miseria económica estructural.

Se puede asegurar que algo falla cuando con una mínima parte del dinero que se ha gastado para sanear el sistema financiero se podría acabar con tanta miseria humana, o cuando es el Ministerio de Sanidad y Política Social, y no el de Economía, el que trata de luchar contra la pobreza en Europa, o cuando le conceden a Mohamed Yunnus, uno de los pocos economistas que han aportado algún instrumento financiero eficaz contra la pobreza, el Premio Nobel de la Paz y no el de Economía.

Algo falla realmente en nuestra forma de concebir la economía. Tenemos un sistema económico que estimula y fomenta la desigualdad, y economistas "de prestigio" o responsables políticos pretenden combatirla sólo con limosnas.

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