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Doble fondo

Roberto Pareja

Hijos de la demagogia

PATRIOTAS de gatillo fácil que salen de la cárcel tras cumplir sólo 4 de sus 75 años de condena, proetarras dando lecciones de democracia, hidras de corrupción sacando pecho con cierta suficiencia tras el trance judicial, desesperados condecorados con la nacionalización al morir en el intento, la tierra temblando de imprevisión con el almacén subacuático de gas, los políticos apretándonos el cinturón mientras se suben las partidas para los partidos en los Presupuestos un 27% con la excusa de los gastos por los comicios europeos de 2014... Con estos aliños para el comistrajo de los recortes de la educación, la sanidad y las pensiones amén de la subida de impuestos (el programa electoral de Rajoy arde en el infierno de la crisis), la depresión estructural crece y crece, si cabe. Y la demagogia, claro, se desmelena.

Hijos de la demagogia -todos lo somos en mayor o menor medida y con más o menos decencia-, hay que recordar que hacer justicia no es practicar la caridad, por muy malito que esté el ex general Enrique Rodríguez Galindo; ni consentir que los victimarios pasen por víctimas, por estupenda que se ponga ahora la izquierda abertzale para que agradezcamos a ETA el gran favor que nos hace dejando de matar y le pongamos la alfombra roja a sus presos; ni abandonar a su suerte a los desesperados que arriesgan su vida por un mundo mejor, aunque de compatriotas vagos y maleantes estamos sobrados, dicho sea en plena vuelta de tuerca del engranaje que pasó del desenvuelto papeles para todos de Zapatero al desamparo sanitario al que aboca Rajoy a los más de 873.000 inmigrantes irregulares a los que ha retirado la tarjeta sanitaria; ni soportar chapuzas que remueven la tierra a mayor gloria de los negocios, por ejemplo, de ese caballero de aire filantrópico que gasta millones en estrellas de brillo intermitente, don Florentino Pérez, presidente del grupo constructor ACS, socio mayoritario de la concesionaria del proyecto Castor.

Más allá de las simplificaciones, lo que hace buena falta es cultura, señor Wert, para entender al diferente en este mundo adamascado y encarar la vida de la forma menos primitiva posible sin que los iluminados de salón de té o de barricada nos coman el coco.

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