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Luis Chacón

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Hijos pródigos

Mientras discutimos quién recibe qué y en qué condiciones, el problema se agrava

Europa es cristiana. No hay un sólo país de la UE que no beba de esa tradición que fue fundamental en su génesis. Pero en esa alma -católica, ortodoxa y luterana- hay matices que, sin llegar a mantener como única la tesis de Max Weber sobre la importancia de la ética protestante en el espíritu del capitalismo, demuestran diversas formas de afrontar el esfuerzo, asumir éxitos y fracasos y entender el complejo fenómeno socioecónomico y político que es el capitalismo actual.

Es claro que Weber centró su estudio en la vertiente más puritana de la Reforma. Y también que su tesis, más que defender una relación causa efecto entre ambos -no obviemos las aportaciones de la Escuela de Salamanca y del mercantilismo- se centra en una absoluta compatibilidad de caracteres. El calvinista es austero. Basta ver los muros desnudos de sus templos y compararlos con las exuberantes iglesias católicas del barroco contrarreformista o con los templos ortodoxos. Entiende el enriquecimiento, fruto del esfuerzo y el trabajo, como una señal de aprobación divina. Su frugalidad es la némesis de nuestra liberalidad, su adustez de nuestra afabilidad y su estricta dureza ante los errores ajenos se compadece poco con nuestra comprensión de las debilidades humanas.

El debate en el seno de la UE se ejemplifica como una confrontación entre la parábola de los talentos y la del hijo pródigo. Cuenta San Lucas cómo un hombre reparte a sus siervos sumas de dinero que dos de ellos multiplican y el tercero, por miedo, precaución o desidia, oculta y guarda, devolviendo tanto como recibió. La enseñanza cristiana nos dice que Dios confía sus dones a los hombres con la exigencia de que los desarrollen y en la esperanza de que lo consigan. También narra la historia del hijo que pide al padre su herencia -esos mismos dones- para usarla a voluntad y la malgasta, acabando arruinado y fracasado. Vuelto a casa del padre, arrepentido de su mala cabeza, recibe su perdón incondicional, siendo ése el momento de su auténtica conversión. La frugalidad calvinista exige que multipliquemos los talentos recibidos y no hacerlo nos lastra. La munificencia católica entiende el perdón como natural y asume cierta misericordia. Quizá, en este caso, ni una ni otra puedan imponerse porque mientras discutimos quién recibe qué y en qué condiciones, el problema se agrava puesto que ni ha terminado la crisis ni la pandemia está erradicada.

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