FERIA Toros en Sevilla en directo | Cayetano, Emilio de Justo y Ginés Marín en la Maestranza

Hipertensos

Los iluminados pretenden no convencer, sino literalmente avasallar a quienes no comulgan con su ideario

De origen discutido, la fórmula estrategia de la tensión se empleó en los duros setenta para describir la guerra sucia de una parte del Estado, agazapada en las famosas cloacas, dedicada a desacreditar a los grupos subversivos que operaban en Italia durante los años de plomo, cuando el temor a los comunistas llevó a sus enemigos a consolarse con la posibilidad de instaurar un régimen autoritario. Fueron aquellos unos tiempos enloquecidos en los que el terrorismo de ultraizquierda y el de ultraderecha competían por desestabilizar las instituciones para conseguir lo que no podían lograr amparados en el número. Tanto el leninismo, de hecho, como el fascismo de la primera hora, cuyos ideólogos admiraban y aplicaron las enseñanzas de los bolcheviques en su exitosa conquista del poder, habían basado su táctica en la convicción, profundamente antidemocrática, de que una decidida minoría -una vanguardia- podía forzar la voluntad de los más e imponerse merced a la aplicación quirúrgica de la violencia.

Hace tiempo que el recurso a las armas está desacreditado como herramienta política y tal vez no sea casual que la última banda que las empleó, en España y en Europa, naciera del indigesto maridaje entre el nacionalismo radical y el socialismo revolucionario, heredera por lo tanto del hediondo sustrato del que provenían los nazis. Pero una cosa es que los iluminados de ahora no se sirvan de las metralletas y otra es que hayan renunciado a esa estrategia destructiva que pretende no razonar ni convencer, dado que para ellos las mentiras suman tanto como las verdades, sino literalmente avasallar a quienes no comulgan con su ideario. El rancio discurso del odio, la espiral de acción y reacción, la intoxicación informativa o el uso de agentes provocadores -tan chapuceros a veces que se vuelven en su contra- son los instrumentos de los que se valen para mantener esa tensión donde encuentran su caldo de cultivo, pues si las aguas se serenan su ascendiente mengua y el efecto multiplicador se diluye -o directamente desaparece- cuando cesa el griterío. Nadie que no esté enfermo puede andar todo el rato de los nervios, por decirlo llanamente. Llega un momento en que la gente, salvo los muy partidarios o los que viven de la cosa, se harta de tanta palabrería, tanto más si se la convoca a movilizaciones históricas y declaraciones solemnes todas las semanas. Puede entonces ocurrir que los antes convencidos se sientan estafados, pero en tal caso deberían preguntarse si como las clásicas víctimas de los timos no han sido, ellos también, un poco estafadores.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios