NO todo lo que viene desde Roma es bueno. Lo vemos con la serie Hispania y con más cosas. Hija ilegítima de Roma, la gran creación de Bruno Heller sobre el auge y caída de Cayo Julio César, su guerra con Pompeyo, el magnicidio y después su sucesión, un mano a mano entre Octavio y Marco Antonio, que ganaría el cerebro del primero y la ceguera alejandriana del segundo, es digna de acompañar, en cualquier estantería en que se mezclen cine, series y libros, a la Vida de los Césares, de Suetonio. Vendría bien, cerquita, No digas que fue un sueño, de Terenci Moix, que recrea de forma portentosa, romana y sensual, egipciaca y sublime, el contraste entre dos mundos y también dos mujeres, dos hombres y dos sueños: Octavia frente a Cleopatra, Octavio frente a Antonio, Roma y Alejandría, el ángel Cesarión, su tumba en el desierto.
No todo lo que viene desde Roma es bueno. Sin embargo, a veces los hijos ilegítimos son los que dignifican la esencia natural de los padres huidizos. Así, en Hispania se nota el exceso de expresiones demasiado actuales entre los personajes. Así, Darío, jefe del jefe hispano, atiza así a la verosimilitud: "Aníbal, ése sí que se lo montó bien". En fin. O afirmaciones tales como "ése no es mi problema", que podría aparecer también en Física o química, o "no me digas lo que puedo y lo que no puedo hacer, ¿estamos?", más propia de Los Serrano. Luego está el tema de la producción: los cuencos de madera son demasiado nuevos, las espadas demasiado relucientes, los poblados como recién sacados de la villa de Astérix. Credibilidad, en suma, algo que no ocurre, por poner otro ejemplo muy logrado de época, en Curro Jiménez, donde los pistolones parecían recién disparados, y los trabucos se oxidaban con la humedad del monte, y las mantas estaban cuajadas por el musgo y la llovizna. En Hispania todo está demasiado nuevo, hasta los cascos de los romanos, y esto es un error de producción.
No todo lo que viene desde Roma es bueno. Pero, con todo, yo estoy con Hispania: son excelentes las escenas de acción, y la interpretación de los actores, y también las actrices, con un suave erotismo en la tradición peplum. El guión -no tanto los diálogos- tiene nervio y pegada, y desde luego es un empeño moral que merece el aplauso: intentar ofrecer, en la televisión, algo separado de la monstruosidad disparatada del engendro mediático. Podría ser el regreso a otra televisión, algo más cercana a las series de época que, cuando están bien hechas, la verdad es que gustan. Con sus debilidades, en realidad muy pocas, esta serie tiene fuste, dinamismo, tiene frescura y ambición: es una buena serie, y es todo lo bueno que ha venido desde Roma estos días.
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