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La tribuna

Historia, leyes, proyectos e imaginación

ESPAÑA y los españoles nos estamos enfrentando, en estos días, con nuestra Historia y con nuestro Futuro, así con mayúsculas: Historia y Futuro. En relación con los problemas planteados por los nacionalismos periféricos, y especialmente por el catalán, es frecuente acudir a las "historias" -"historias de España" o "historias de Cataluña"- para justificar la toma de posiciones políticas actuales y para levantar los sentimientos más calientes e indignados de unas colectividades descontentas y desorientadas. El recurso a la Historia se convierte así en un recurso a la mitología, a la recreación histórica. De lo que podría ser un repaso objetivo de los hechos se pasa a un refocilamiento en los agravios, reales o inventados.

Ricardo García Cárcel es uno de los historiadores actuales solventes que se han dedicado últimamente a tratar de desbrozar de mitología todas las historias de España y de los distintos territorios de España. Léanse sus obras. No se utilicen torticeramente nuestras comunes historias, no se siga conduciendo a nuestras sociedades hacia la confrontación sin salida, no vaya a ser que alguien pueda volver a decir lo que escribió Gaziel, el hoy tan admirado y citado -desde el catalanismo- director de La Vanguardia en tiempos de la República, el 21 de diciembre de 1934: "Los culpables de cuanto le ocurre a Cataluña somos los catalanes. Los partidos que nos representaron y nosotros que les indujimos a que lo hicieran tan mal. (…). Que, en adelante, nos sirva esta clara lección: sólo podremos triunfar en España yendo todos los catalanes fuertemente unidos, y además sólidamente abrazados con el mayor número posible de españoles hermanos".

Unos hacen apelación a la Constitución y otros al "derecho a decidir". Es decir, unos acuden a la Ley y otros a la democracia. Falso dilema: como ha dicho rotundamente Felipe González, en Sevilla, el 5 de septiembre de 2014, en España, desde 1978, la Constitución es la Democracia. Es claro que la Constitución se puede reformar, e incluso que convendría reformarla en algunas cosas, pero sólo se podrá reformar por sus propios procedimientos de reforma y por voluntad de todos los españoles. Y de la misma manera, y con la misma fuerza, ha de hacerse apelación a la legislación europea -también ley y también democracia- dentro de la cual no se ampara el derecho de secesión exigido desde una parte de Cataluña. Recientemente, Manuel Medina ha estudiado con solvencia la cuestión.

En la España y en la Cataluña actuales, a nuestro modo de ver, sobran eslóganes y descalificaciones y faltan ideas y proyectos al servicio de los intereses generales. Sobra coyunturalismo y escasea la visión del horizonte. Sobra aventurerismo y falta posibilismo. Sobra afán de agradar en lo inmediato y falta ambición de futuro mejor. Ni la independencia es un proyecto ni el inmovilismo es un horizonte. Recurramos a Ortega: "Lo importante es movilizar a todos los pueblos españoles en una gran empresa común", dijo el 13 de mayo de 1932. El problema es que, ahora como entonces, no hay nadie que esté pensando en un proyecto para todos los españoles. En vez de proyectos, discursos endogámicos. En lugar de razones, rasgamiento de vestiduras. Eso es lo que hay.

No es la primera vez que esto pasa, en nuestra Historia común. Cada cierto tiempo, a lo largo de los últimos cuatro siglos y medio, Cataluña se pone en cuestión a sí misma y nos pone en cuestión a los demás. Ya lo decía Gaziel: "Cataluña viene siendo, desde hace cuatro siglos, la epiléptica de España". (28/II/1930).

Seguramente, dentro de poco, todos estaremos un poco peor, institucional, política y económicamente hablando. Por eso quizás, Enric Juliana ha acertado al reunir sus ideas en un libro bajo el título de España en el diván. En el diván del psicoanalista, claro. Lo peor es que no se sabe si tenemos psicoanalista ni para qué hemos ido de visita. Más que psicoanalista, necesitamos un entero y renovado equipo de coachs, entregados a la causa e imaginativos, que nos ofrezcan métodos de trabajo y proyectos colectivos.

"La imaginación al poder", decían los jóvenes estudiantes de mayo de 1968. Ha pasado tiempo, pero la imaginación sigue siendo poco valorada. Tenemos Historia común, tenemos leyes comunes, y, aunque tenemos pareceres distintos, a veces se ha llegado a acuerdos… Ahora, parece, cada uno quiere jugar con sus propias reglas y en su propio terreno de juego. Así no vale. Póngase imaginación al conflicto. Toda la imaginación que quepa en el "reformable" marco constitucional actual y que sea compatible con nuestra Historia y con un futuro común en el marco europeo. Para ello, pueden ser útiles reflexiones como las que ha producido recientemente Blanco Valdés.

Citemos otra vez a Gaziel: "No hay pueblos con suerte y pueblos sin ella. No hay más que pueblos que saben entenderse y pueblos que no se entienden".

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