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Cuarto de Muestras

Hojas de olmo seco

El paisaje se ha convertido en un bien de consumo que se explota sin medida ni mesura alguna

Antes de que nacieran los ecologistas; de que se creara cierta protección jurídica del paisaje; antes de que se hablara de medio ambiente y de desarrollo sostenible; antes de dogmatizar que el paisaje forma parte de nuestro patrimonio, no sólo estético, sino también cultural y económico; antes de descubrir su potencial turístico; antes digo, de que las costas, caminos, vías pecuarias y un sinfín de elementos del paisaje se enredaran en una normativa tardía, poco eficaz y colmada de conceptos jurídicos indeterminados, fueron los escritores quienes proclamaron e inmortalizaron su belleza, quienes nos descubrieron que el paisaje es identidad, que forma parte de nuestro espíritu y nos hace.

Quizás por ello no resulta extraño que, ahora que supuestamente el paisaje cuenta con más protección, con más conciencia social, es, precisamente, cuando más tropelías se cometen. Y es que se lee menos y se educa peor. Nos son extraños el campo, la mar y la montaña. No se escucha a los viejos del lugar, a los hombres que han entregado su vida y han forjado su conocimiento en la experiencia transmitida a lo largo de generaciones. El paisaje, como casi todo, se ha convertido en una mera postal, en una foto. En un bien de consumo que se explota sin medida ni mesura alguna, aunque conlleve su propia destrucción. No se respeta ni valora por más que se hagan proclamas solemnes mientras los campos arden de forma intencionada, la tierra se desertiza y el mar se contamina y sufre las especies invasoras. Nuestro paisaje agoniza en las manos muertas de nuestros políticos que miran para otro lado o se escandalizan de lo que ellos mismos consienten.

El paisaje se ha convertido en un arma política arrojadiza, algo de lo que la izquierda se quiere apropiar y que la derecha no sabe defender de verdad. Los planes para su supuesta protección se hacen desde los despachos por alguien que lo que ha tenido más cerca de la naturaleza es una peli de Disney y que no es capaz de preguntar al que sabe.

Tenemos la obligación como ciudadanos de cuidar de nuestro paisaje, de enseñar a los niños los versos de nuestros poetas para que se les vengan a la memoria cuando crezcan y lo sepan defender como algo propio. Que todos puedan recitar la gracia de la rama verdecida, aquel "Mi corazón espera/también, hacia la luz y hacia la vida, /otro milagro de la primavera".

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