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Cuchillo sin filo

Francisco Correal

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Hollywood está muy lejos de Bormujos

Pérez-Reverte trata el descrédito de cierta política y cierto periodismo en su última novela

La mejor lectura es la lectura acompañada. A los libros no conviene dejarlos solos. Me gusta llevar varios a la vez, como los caballos de una cuadriga. Para que hablen entre ellos, incluso se corrijan o se encelen. Estoy a punto de terminar la mejor novela de Arturo Pérez-Reverte. En Línea de fuego está el corresponsal de guerra que ha sido el autor. Se ve en la compasión por los personajes, en el descrédito de cierta política y de cierto periodismo. La pócima de toda guerra. Lo dice un personaje de El gran combate, el último western de John Ford: "Hay hombres peores que la guerra". No desvelo nada si digo que en la novela, palimpsesto de la batalla del Ebro, verano de 1938, hay parejas memorables: Bascuñana y Pato Monzón, Longines y Tonet, Ginés Gorguel y el moro Selimán. Da igual el bando al que pertenezcan. Hay un río, un campanario y un pueblo, Castellets del Segre, que es el Dublín en miniatura de Pérez-Reverte.

El novelista de Cartagena, creador de personajes como Alatriste o Falcó, pertenece a la misma Academia de la Lengua que llegó a presidir en dos ocasiones José María Pemán. Cuanto más lo leo, más irrelevante me parece el alcalde que ordenó suprimir la placa de la casa de Cádiz donde nació. Pasarán los años y este edil quedará como el tipo que quitó la placa de Pemán. En compensación, le podría poner su nombre al estadio de fútbol. En su artículo Sainetes y Elegías, del libro Mensajes desde el Cerro, Pemán glosa a Juan Ignacio González del Castillo, sainetero gaditano. "Fue de oficio apuntador oficial del teatro del Balón: pintoresco nombre del teatro más popular de Cádiz, como si ya el escenario profetizase el estadio". El Balón ha sido el nombre del filial del equipo de la ciudad. En un artículo que dedica al paso de la Edad Media al Renacimiento, Bósforo cultural en el que se funden Granada, América y la Gramática de Nebrija, escribe Pemán que "la imaginación no es palabra muy acreditada en gestiones políticas".

Es cierto que Pemán estuvo en el bando de los mal llamados nacionales. Con Franco. Igual que en su novela Pérez-Reverte cuenta que Hemingway, con dos copas de más, se lió a puñetazos con un periodista yanqui en Madrid porque éste había osado criticar a Stalin. ¿Y alguien duda de los méritos y la españolidad del Nobel norteamericano?

Pemán dedica algunos de sus artículos a la llama y el espíritu olímpico. Corresponden a los Juegos de Múnich 1972, los del atentado de Septiembre Negro contra la delegación israelí. Ese año nació Pedro Sánchez, cuyo regreso a España de las Galias me coge releyendo una divertidísima novela de Ben Hecht, guionista entre otras de Gilda, Recuerda o Cumbres Borrascosas. Se titula Los actores son un asco y es un furibundo alegato contra la banalidad de Hollywood, la nueva panacea de nuestro presidente. Hollywood, en palabras de una de las actrices de la novela, es "un sonajero para la infantilidad americana". Después de las vacunas, el presidente del Gobierno quiere traer un cargamento de chupetes. Ya me lo dijo una vez Juan Diego: "¿Hollywood? Eso está muy lejos de Bormujos".

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