José Pérez de Lama

Profesor Titular de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura

Homenaje al maestro heterodoxo

Un libro recoge conversaciones con el arquitecto y profesor Antonio Sáseta

Tenía su despacho en una mesa del bar de enfrente de la Escuela de Arquitectura y aquel despacho era "muy peligroso", cuenta Miguel Gutiérrez Villarrubia en uno de los textos del libro que un grupo de colegas hemos editado en homenaje a Antonio Sáseta, arquitecto, escenógrafo y profesor universitario, con motivo de su reciente jubilación. Por mi parte, escribí en la presentación que su llegada a la Escuela a principio de los 90 había sido como la del ángel de Teorema, la película de Pasolini, a una casa acomodada en la Italia de los años 60: todos sus habitantes, convencionales y un poco aburridos, se vieron profundamente afectados por el extraño carisma del recién llegado. Unos para bien, otros quizás no tanto.

Sáseta, nacido en 1949, fue niño en una Sevilla que ya no existe. Su casa estaba frente a la puerta de artistas del desaparecido Teatro San Fernando, y siendo su madre costurera y su padre pintor en el teatro, el niño andaba por allí como por su casa. También fue aprendiz de imaginero, con el maestro Escamilla, en la calle Castellar. Con diecisiete años, a finales de los 60, entró en Arquitectura, aunque para entonces ya andaba también con gente de teatro y con los músicos que se reunían en la Glorieta de los Lotos, y un poco metido en política, como correspondía a aquellos años. Y vestido con una casaca roja a lo Sergeant Pepper. Con aquel cóctel, no es demasiado sorprendente que lo detuvieran en una manifestación y, como consecuencia, lo echaran de la Universidad.

Pero como no hay mal que por bien no venga, o eso dicen, aquello propició que se fuera a Barcelona; ya casado con Queti Naranjo, inseparables desde entonces. Allí, a pesar de las penurias propias de unos jóvenes sin recursos, conectaron con los modernos barceloneses, y a Sáseta, trabajando con Ricardo Bofill, entonces uno de los gurús de la gauche divine, le hizo darse cuenta de su valía como joven arquitecto.

De vuelta a Sevilla, Rafael Manzano, le ayudó dándole trabajo para poder acabar la carrera. En algún momento de la primeros años de la Transición, lo expulsaron del "Partido": se había afiliado porque era lo que se hacía entonces entre la "progresía", pero se ve que no funcionó allí su carácter independiente. Por fin en los 80, proyectó y construyó con sus socios de entonces, entre otros, Juan Santamaría y Álvaro Navarro, el Palacio de Congresos de Fibes, con su cúpula dorada, cuya geometría interior se basa en unos poliedros patentados por Sáseta. También, con el mismo equipo, prepararon la documentación arquitectónica que el Gobierno de España envío a París, a la Oficina Internacional de Exposiciones Universales, para que pudiera concederse la Expo a Sevilla…

Todas estas cosas y más se cuentan en el mencionado libro, de título Conversaciones con Antonio Sáseta. Docencia, arquitectura, espacio escénico, vida, que, publicado por la malagueña Recolectores Urbanos, presentaremos próximamente en el histórico y sevillano espacio de La Carbonería.

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