ALFREDO di Stéfano ha sido calificado a través de los años de mil formas distintas y todas encomiásticas. De todas me quedé siempre con aquella de que bien podría ser la piedra filosofal del fútbol. Recibía una pedrada en forma de pelotazo y él la convertía en pase medido para hacer gol. Convertía en oro el cobre y eso bien que lo aprovechó el Real Madrid, ya que sin la Saeta Rubia jamás habría podido erigirse en lo que luego fue por aclamación, el mejor equipo del siglo XX. Antes de Alfredo, el Madrid era un gran club para convertirse tras su llegada en grandísimo, en el mejor de todos sin discusión alguna.

Recuerdo que la primera vez que lo vi fui de la mano de mi padre al viejo Nervión para, en un día laborable y bajo la luz diurna, ponerse aquello hasta la corcha. Venía el Millonarios de Bogotá, una especie de Legión Extranjera que tenía a Di Stéfano como uno de sus actores principales entre una galaxia de primerísima fila. Aquella tarde le marcó a Busto un gol de libre directo y de una forma inédita hasta entonces por aquí, la de darle un efecto al balón para sortear la barrera y que luego cayese dentro de la red. Después en el Real Madrid rompió en concertino inigualable, en una especie de hombre orquesta, en el mejor de todos los futbolistas.

Este domingo, el fútbol homenajea a su gran profeta. Pelé, Maradona, Kopa, Cruyff, Beckenbauer, Bobby Charlton, Paco Gento, Michel Platini en sus dos facetas de futbolista antes y dirigente ahora, todos los grandes estarán con el más grande de todos. Mucho se ha discutido sobre quién fue el mejor a lo largo de la historia, pero con ser el mejor de la época en que a uno le toca vivir es suficiente. Los goles de Pelé, la magia de Maradona, el cambio de ritmo de Cruyff, la majestad de Beckenbauer, la visión de Charlton, la velocidad vertiginosa de Gento... Todos magníficos, pero si no surge Alfredo nunca hubiese sido el Real Madrid el mejor del siglo XX, jamás.