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Horizonte previsible: el caos

La colosal ineptitud del Gobierno apenas puede tapar el no menos colosal naufragio del Estado Autonómico

El regreso a lo cotidiano -¿cómo hablar hoy de normalidad?- que para la mayoría supone septiembre, nos alcanza con el corazón encogido y el ánimo perplejo. La situación sanitaria y el panorama de auténtica ruina económica se unen a la incertidumbre sobre cómo recomponer las vidas menguadas que nos esperan en los próximos meses y años. La gran cuestión que desde lo hondo de la sociedad aflora en columnas y tertulias se resume en por qué España ha resultado ser el mayor desastre a nivel mundial en la gestión de una pandemia que afecta a todos, sí, pero a nadie como a nosotros. Y responder esa pregunta es importante si queremos salir alguna vez de este atolladero.

El azar existe, como sabemos bien los historiadores, y la mala suerte ha querido que la mayor crisis social y económica desde hace décadas nos haya atrapado en un momento de fractura política y desplome institucional a la vista desde hace casi una década. Como consecuencia, estamos en manos de un Gobierno minuciosamente inepto, incapaz de prever ni resolver absolutamente nada, y este es el primer factor a tener en cuenta en cualquier análisis. Pero el azar no lo es todo. La colosal ineptitud gubernamental apenas puede tapar el no menos colosal naufragio del Estado Autonómico y su berenjenal, apenas válido en tiempos de vacas gordas, agravante de todos los problemas, suficiente por sí solo para hacer imposible cualquier acción unitaria y coordinada que permitiera aprovechar los menguantes recursos.

Y ello necesariamente acompañado por una sociedad que recoge indignada e incrédula el fruto amargo de la descomposición educativa y de la crisis moral alentada desde hace décadas, del individualismo rampante, de la incapacidad de los jóvenes para asumir sacrificios duraderos. Una sociedad que, por otra parte, acata con servil aceptación las ocurrencias más absurdas y las limitaciones a todos los derechos ciudadanos siempre que no se toque el único sagrado: el de divertirse como sea y caiga quien caiga. Una sociedad que a todas sus fracturas previas añade la nueva entre los aterrorizados por unos medios insensatos y demagógicos, colaboradores en el hundimiento de nuestra imagen exterior, y los que encauzan su rebeldía ante el abuso de poder que la pandemia provoca a través del delirante negacionismo de la existencia de la enfermedad. Una sociedad que, ya sin reservas de fortaleza, paciencia ni templanza, deberá afrontar en los próximos meses un panorama aterrador.

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