Visto y oído

Francisco / Andrés / Gallardo

Hormigueo

LA televisión de España sólo tiene un Emmy, el logrado por La cabina de Antonio Mercero en 1973. Un premio entregado más por el discutible simbolismo político del desdichado hombre encerrado en el habitáculo que por otros méritos más indudables de este mediometraje de TVE. En Estados Unidos no se esperaban entonces de la Dictadura de Franco un programa así. La cabina sigue siendo una alegoría de nuestro sistema, pese al tiempo transcurrido. Hay que verla. Su Emmy aún brilla, pero se encuentra demasiado solitario.

Cuéntame cómo pasó arañó un par de veces la posibilidad de llevarse la estatuilla televisiva y ojalá en algún momento la academia internacional reconozca a la serie española más importante de su historia.

El programa que saborea de nuevo el logro de al menos una candidatura al Emmy es El Hormiguero, que ya cuenta con el principal galardón europeo, la Rosa de Oro. La guarida de Trancas, Barrancas y Petancas es un formato que admite muchas variantes, que ha sido exportado a otros países, y del que hay que valorar los esfuerzos por la sorpresa y por mantener un nivel de humor que admite varias velocidades, de niños a adultos. Tal vez no hay apariciones más desesperantes que los espitosos colaboradores de Pablo Motos, pero todo es cuestión de aparato gástrico.

El Hormiguero, que pasó de Cuatro a Antena 3, merece pugnar por el Emmy aunque a veces empalague. Depende mucho de la personalidad del invitado y de cómo se adaptan los del programa a su interacción. Ya sabemos que hay estrellas de Hollywood que lo tienen en la agenca y otros que huyeron cuando se vieron un plató que se carcajaeaba en sus caras. El Hormiguero siempre va a tener un defecto: el empeño ansioso de Motos en aparecer en cada minuto y tocarlo todo, probarlo todo. Ser el novio en la boda y el muerto en el truco de magia.

Tags

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios