Rematábamos la semana desde esta esquina recordando la diferencia existente entre las pretemporadas de cuando antaño con las de hoy. Aquellas innovaciones como la que Merkel se trajo de Alemania para suplicio de la plantilla que capitaneaba Enrique Lora con su lugarteniente Eloy Matute. O cómo el recién fallecido Miguel maltrató en Heliópolis mediante la aparición del balón a los veinte días del inicio de los entrenamientos.

Hoy vamos a resaltar la importancia que tenían los torneos amistosos en el ferragosto futbolístico. Con el Teresa Herrera como pionero en los cuarenta, en la década siguiente apareció el gran invento gaditano, el Trofeo Ramón de Carranza. Y habrá que incidir en la importancia que tuvieron dos sevillanos en su creación como grandes amigos que eran del alcalde, José León de Carranza. Eran esos personajes Ramón Sánchez-Pizjuán y Joaquín Carlos López Lozano.

Se levantó el nuevo estadio, el que sustituía al Mirandilla aledaño a la plaza de toros, y se creó un trofeo que sería bautizado como trofeo de los trofeos. Y allí tuvo el Sevilla cuatro pretemporadas su cima de agosto, trayéndose los tres primeros trofeos y acabando a la gresca en el cuarto. Un decenio después, Huelva no quiso ser menos y creó el Trofeo Colombino, cuando ya también el Betis había entrado en la programación del gran trofeo con éxito incluido.

Huelva y Cádiz ya estaban en la mente de los nuestros para ir afinando sus maquinarias. El Sevilla no volvió a Cádiz hasta 23 años después de la gresca y en mala hora, ya que ahí se quebró la estrella del gran Enrique Montero y desapareció el oxígeno económico de su fichaje por el Barça. Aquellas pretemporadas tenían Huelva y Cádiz como objetivos en los que se aunaban la preparación y el prestigio cuando en esto apareció el Ciudad de Sevilla, pero ésa es otra historia.