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Cuchillo sin filo

francisco Correal

'Iconoplastas'

CUANDO se vende el presente como una pugna entre el pasado y el futuro se entra en una paranoia permanente. Se olvida que el denostado pasado fue en un tiempo futuro y que los coletazos más vehementes del presente no tardarán en formar parte del paleolítico. Las cosas esenciales no cambian tanto y esa evidencia hace más inútil esa pretensión de sentar al pasado en el banquillo de los acusados, como antaño los militares carpetovetónicos arrestaban a un cañón o a una bandera. Además, el pasado siempre vuelve, para empezar con los primitivismos atávicos de ciertos vendedores de un incierto futuro que se echan la zancadilla dialéctica con su propia charlatanería.

A ese pasado pertenecía, por lo visto, un país machista, clerical, racista, capitalista, retrógrado al que le contraponemos los iconos de lo políticamente correcto, unos discursos aseados, sostenibles, transversales, igualitarios. Cuando no se puede cambiar la realidad tan fácilmente, ¿por qué no cambiarle el nombre a las cosas? Hay una cierta política que es un sucedáneo de la mala literatura y que tiene la misma relación con el noble arte de la política que los macarras alborotadores que campan como horcos por las ciudades de Francia con el fútbol, como si la Policía del país vecino no tuviera bastante con prevenir las acciones de quienes quieren convertir a la ciudad de París en el epicentro de sus vesánicas crueldades.

Hay un anticlericalismo de marketing que se ha confundido de siglo, de adversario y de maneras. Como tienen un sentido nazi de la realidad, para ellos sólo hay un pueblo, y no entra en esa definición el que se mueve por legítimos sentimientos religiosos que pueden verse ofendidos por los nudistas que se mofan del arzobispo de Valladolid o por los autores del grosero beso de tornillo entre la Moreneta y la Virgen de los Desamparados. Estoy esperando esa misma irreverencia iconoclasta de estos iconoplastas contra los clérigos que incendian con sus discursos a quienes persiguen y masacran cristianos en países como Libia, Siria, Egipto o Iraq.

El pasado no tiene la culpa porque nunca ha existido en la medida en que alguna vez fue presente. El futuro tampoco porque se evaporará en su propia existencia.

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