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Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Idolatría

LA idolatría de los debates está transmitiendo la falsa sensación de que la presente campaña electoral es la más cercana, directa, veraz, equilibrada y participativa de todas cuantas ha habido. Cercana porque introduce a los líderes políticos en todas las cadenas de televisión y, a través suyo, en la intimidad de los cuartos de estar. Directa, porque no hay intermediarios que maticen o amortigüen sus palabras, que llegan vivas y precisas. Veraz porque la televisiones nos muestran a los líderes tal como son, expuestos al acierto o al error. Equilibrada porque todos disponen de las mismas oportunidades, del mismo tiempo y de las mismas condiciones técnicas para encauzar sus mensajes. Y, en fin, participativa porque los medios tecnológicos (los blogs, las webs, los mensajes telefónicos, etcétera) permiten a cada ciudadano transformarse en un juez inapelable y votar en consecuencia.

Sin embargo, se me ocurren algunas objeciones al respecto. La supuesta cercanía e inmediatez son un espejismo. Los debates ocultan una minuciosa puesta en escena controlada por decenas de asesores de imagen, expertos en telegenia y gestores de toda índole. La duración de las tomas, los encuadres, la potencia de los focos, todos está acordado. Y por supuesto, el contenido de las intervenciones está prescrito, hasta el punto de que cada candidato podría hacer su discurso en un plató aparte, sin escuchar al adversario.

Fuera del debate, la campaña tampoco es un ejemplo de liberalidad. Los líderes viven secuestrados por sus asesores, más preocupados por lo que no deben decir que por el sucinto testimonio que deben trasladar. Respecto a los resúmenes de las intervenciones en los informativos, los reporteros y técnicos que viajan en las distintas caravanas de los candidatos nunca se han sentido más inútiles. Las televisiones están abocadas a usar las imágenes servidas y cocinadas por los partidos. A lo sumo los operarios pueden grabar escenas de ambiente siempre que las tomen desde el chiquero que tienen asignado en cada palenque. Las cadenas aceptan esta imposición a cambio de la gratuidad.

¿Una campaña veraz? Imposible. Más bien determinada, postiza y artificial. ¿Equilibrada? Tampoco. La campaña entre los dos partidos principales ha barrido a los minoritarios, que han descendido en la intención las encuestas. ¿Una campaña participativa? Lo es si entendemos por tal la posibilidad que tiene al gente común de intervenir en discusiones y encuestas, pero no lo es en la medida en que esa masa gigantesca de sentencias y pareceres es tan virtual como intrascendente.

Y, sin embargo, millones de personas seguimos anoche el debate. Pura idolatría.

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