La tribuna

Juan A. Estrada

Con la Iglesia hemos topado

LA cercanía de las elecciones, agudizada por la crisis económica vigente y la incertidumbre electoral que genera, hace que los partidos y los poderes fácticos asuman posturas que miran más al corto plazo de las elecciones que a responder adecuadamente a los problemas políticos, económicos y socioculturales. En este contexto cobra de nuevo relevancia el hecho religioso como un factor de enfrentamiento social, como tantas veces en la historia de España, que conlleva la politización de la religión y la teologización de la política.

Que las fuerzas políticas se metan a hacer teología y a aconsejar a creyentes y los que no lo son se contrarresta con los obispos y eclesiásticos que saltan a la arena política, defienden posturas de partido y generan estrategias en función de intereses sociales más que religiosos. ¡Todo vale con tal de ganar las elecciones y defender los propios intereses!

Por un lado, encontramos situaciones paradójicas. A lo largo de la legislatura han abundado los ataques directos al cristianismo, en los que se ha combinado el mal gusto, lo chabacano y la "mala leche". No se trataba sólo de defender la laicidad, que separa Iglesia y Estado, sino de lastimar la sensibilidad de las personas y sus convicciones religiosas. Ante las protestas que suscitaban, se apelaba a la sacrosanta "libertad de expresión" en la sociedad democrática, que supuestamente no admitía límites.

Cuando ahora grupos contrarios, laicos y eclesiásticos, critican leyes estatales, prácticas sociales con las que no están de acuerdo (como las abortivas) o planteamientos gubernamentales, surge una campaña de desautorización. Se les acusa de politización, de interferencias en la sociedad y de abusar de la democracia. Los mismos que defendían la libertad de expresión ahora la atacan, y los defensores de la democracia olvidan que en ésta los ciudadanos no son súbditos, que la sociedad civil no está sometida al Estado y que las leyes hay que cumplirlas pero es bueno e incluso necesario criticarlas y luchar para reformarlas.

Se puede no estar de acuerdo con la derecha política y eclesial, pero hay que luchar para que puedan decir lo que quieran, porque esto forma parte de la libertad de todos. Que esto lo olvide una parte de la ciudadanía, incluida una buena parte de la izquierda que se siente cristiana, indica lo poco arraigado que está en nuestro país la sensibilidad democrática y las fragilidad de las convicciones personales y grupales.

Por otra parte, que la jerarquía critique el aborto, el divorcio, las leyes sobre la familia, el modelo actual educativo, y otras leyes y propuestas gubernamentales, no debería extrañar a nadie. Lo sorprendente sería lo contrario, ya que todos conocemos cómo piensan los que detentan los cargos eclesiásticos, y que también hay una amplia base cristiana que no siempre está de acuerdo con ellos.

Lo que llama la atención es que tras treinta años de democracia pretendan tutelar el voto político de los católicos, determinar a qué partidos se debe o no votar, y que utilicen los medios de comunicación eclesiales en una línea claramente partidista. Y sorprende, primeramente porque es inútil y frecuentemente contraproducente. Los ciudadanos católicos ya lo han demostrado muchas veces en las elecciones. Y en segundo lugar, porque la tentación de un partido demócrata cristiano o que represente a la jerarquía católica no sólo no ha funcionado en España, sino que se vuelve contra el partido y la Iglesia que lo avala. Esto ya lo sabía el cardenal Tarancón, pero, al parecer, no muchos eclesiásticos actuales, más cercanos al régimen político confesional que a la sociedad democrática. Y entonces, resurge la vieja conjunción de derechas y católico de toda la vida, y de izquierdas y anticlerical.

La transformación económica, política y social española, lo que muchos llaman el "milagro español" está incompleta. Hace falta una revolución cultural de mentalidades, actitudes y sensibilidades, una "educación global para la ciudadanía" que vaya mucho más allá de una asignatura en el currículo de estudios. El problema no está en los políticos y eclesiásticos que tenemos, sino en que tenemos lo que nos merecemos, porque ni la sociedad ni la iglesia en su conjunto están a la altura de la de los países de nuestro entorno. Y es que es más fácil cambiar la economía y las instituciones políticas que transformar las mentalidades ciudadanas y religiosas.

Mientras esto no se dé, seguirá siendo vigente la llamada de Ortega y Gasset de que hay que europeizar España, y en esto, desgraciadamente, no hay que españolizar Europa.

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