Brindis al sol

Alberto González Troyano

Ilusión regeneracionista

UN país está formado también por las reflexiones, críticas y esperanzas que se proyectan, por escrito, sobre él. Y en España, en los últimos años, un buen puñado de escritores se han volcado en esta labor. Un fenómeno similar se dio en el último tercio del siglo XIX: se produjo una llamativa efervescencia, en libros y prensa, cara a remediar los "males de la patria". Ese movimiento que alentó tantas reformas y propuestas, fue conocido como regeneracionista. Y la larga lista de sus participantes despierta todavía justificada nostalgia.

En este mismo diario, en una tribuna del pasado 24 de abril, Francisco Ferraro ha tenido el acierto de recuperar el nombre y el ejemplo de aquella época, estableciendo un estimulante paralelismo con lo que también sucede ahora. La eficacia política que tuvo aquella regeneración ideológica resulta difícil de evaluar, pero sí es evidente que al calor de su voluntad critica y constructiva se escribieron los mejores títulos del pensamiento contemporáneo. Por tanto, la comparación con la labor intelectual desempeñada desde Macías Picavea hasta Ortega, puede alentar y revitalizar a una sociedad civil, como la actual, expuesta, ante la situación política existente, a considerarse desvalida y huérfana de propuestas, reformas e ilusiones.

Hay que oponerse, pues, a esta sensación de nihilismo y orfandad porque, como muestra de manera muy explícita la tribuna de Ferraro con su despliegue de nombres y obras, la producción intelectual ofrece un valioso panorama. El problema quizás estribe en que esos escritos han permanecido un tanto aislados unos de otros, sin que nadie hasta ahora resalte su complicidad interna. Los escritores regeneracionistas de la crisis del 98 también sufrieron en soledad y permanecieron separados, hasta que la voluntad coordinadora de Azorín supo reunirlos en una misma visión compartida. Donde antes había islas, él propuso un archipiélago, donde se veían estrellas solitarias, forjó una constelación que alumbró uno de los mejores momentos de nuestra cultura. Lo que faltaba era, por tanto, la voluntad de contemplar toda esa labor formando parte de un entramado colectivo, como propone Ferraro. Sólo me atrevería añadir, que debemos contar también con ese otro espléndido cupo de escritores que, espoleados por el secesionismo vasco y catalán, han enriquecido últimamente la reflexión sobre los "males de la patria". Parecen darse, pues, los acordes para que una nueva ilusión regeneracionista se ponga en marcha.

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