La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El error de Tellado
Escribo esto mientras oigo ese maravilloso zumbido que llega de la calle donde la gente espera la cabalgata de Reyes. Ese sonido en realidad indescriptible –una mezcla de gritos, exclamaciones ahogadas, pasos apresurados, madres y padres que se suben a sus hijos al cuello, voces caóticas, globos que flotan, humo de churros– es el sonido exacto que podría definir eso que conocemos como ilusión. O felicidad. No existe un sustantivo que defina ese sonido, ni existirá jamás, pero quizá es bueno que sea así. Hay cosas que existen sin necesidad de palabras. Y esas cosas son tan poderosas que su existencia misma puede con todo: con la desilusión, con el miedo, con la banalidad, con los engaños. Y ello se debe a esa portentosa facultad humana que conocemos como imaginación. Y por eso los Reyes que no existen van a llegar. Y todos los estamos esperando.
Si me preguntaran qué regalo nos hace falta, cuál es el más necesario en estos momentos –aparte de la lluvia, por supuesto– , diría que el más importante es la imaginación que empuja a la gente a agolparse en la calle esperando la cabalgata. Porque la imaginación está viviendo un peligroso retroceso del que no sé si somos conscientes. De hecho, vivimos en una sociedad de gente peligrosamente literal que se lo toma todo al pie de la letra. Gente que es incapaz de adoptar el punto de vista de otro. Gente que no sabe prever las consecuencias de sus propios actos o de los actos de los demás. Gente que no sabe calcular el impacto que sus propias decisiones van a tener en su vida. Gente que no es capaz de entender que podemos imaginar la vida de otros y sentir como otros y pensar como otros; o más aún, que estamos obligados, si queremos vivir en una sociedad libre y pacífica, a imaginar la vida de otros y a pensar como otros y a sentir como otros. Son necesidades ineludibles de la convivencia humana, pero que cada vez resultan más difíciles de encontrar entre nosotros. Y es que estamos empezando a vivir en una sociedad peligrosamente fundamentalista, formada por gente obtusa que carece de empatía y de sentido del humor. O dicho de otro modo, por gente que no posee ni un átomo de imaginación.
¿Hará falta repetir lo que es evidente? Un muñeco es un muñeco. Una nariz de Pinocho es una nariz de Pinocho (alguien, por cierto, que jamás existió). Y un chiste es un chiste, nada más. Es así de simple.
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