Imagine

¿Cómo es posible que un ideario clasista y racista haya seducido a tanta gente, tanto en Cataluña como fuera de ella?

Imaginemos que en una hipotética República Independiente Catalana, un grupo de concejales de un pueblo -en el Valle de Arán, por ejemplo- dictase en un pleno municipal, por mayoría simple de los reunidos, que su municipio se proclamaba independiente del poder central de Barcelona (si es que la capital siguiese estando en Barcelona). ¿Imagina alguien que la conducta de esos concejales no tendría gravísimas consecuencias penales? ¿E imagina alguien que no hubieran recibido penas mucho más severas que las que han recibido los condenados por el procés?

Y yendo más allá, ¿qué clase de leyes impondrían los que ahora se manifiestan en las calles si algún día pudieran tomar el poder en Cataluña? ¿Respetarían la separación de poderes? ¿Respetarían la independencia judicial? ¿Aceptarían garantizar los derechos de las minorías españolistas, tal como ahora están reconocidos los derechos de las minorías nacionalistas en España? Parece que no. Hace dos años, cuando se hizo público el borrador de la futura Constitución catalana, la nueva legalidad parecía más propia de una república bananera que de un Estado de Derecho. Los jueces iban a ser elegidos por su fidelidad absoluta al ideario nacionalista (lo que de hecho garantizaría la impunidad absoluta de la clase política). La oposición apenas contaría con derechos políticos. Y todo el Estado sería un edificio legal construido exclusivamente para la mitad de la población catalana que cree a pies juntillas en la independencia como si fuera una sustancia milagrosa capaz de resolver todos los problemas del ser humano: la deforestación, el asma, la calvicie, los embotellamientos urbanos, la contaminación atmosférica, la celulitis, el machismo, la prostitución, la delincuencia organizada, las enfermedades contagiosas, los accidentes laborales y hasta las decepciones amorosas. Sería, en realidad, un entramado legal puesto al servicio de la secta que ahora lo controla todo en la Administración catalana, esa congregación de fanáticos y de oportunistas que se enriquecen con dinero público y que bien pudiera llamarse la Iglesia de la Independología.

¿Cómo es posible que este ideario clasista, reaccionario y racista haya seducido a tanta gente, tanto en Cataluña como fuera de ella? Ese es uno de los más grandes misterios de nuestra época.

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