LA Imperdible dio ayer el cante con el cierre de la sala teatral que ha sostenido buena parte de la vida escénica de Sevilla desde 1990. Pero es un cante de ida y vuelta porque, gracias a ellos, la ciudad ganará un teatro nuevo y a la vera del río, bajo Torneo. Se nos van a hacer muy largos los dos años de espera. Pero no estaremos huérfanos de Producciones Imperdibles, compañía capaz de tener en cartel y en gira a la vez cuatro montajes distintos de creación propia. Casi nadie puede hacer lo mismo en España.

No exagero un ápice: es una proeza lo que han logrado José María Roca, Gema López y otros teatreros implicados en esta feliz aventura. Qué partido le han sacado como inquilinos durante 18 años a un lugar, entre corralón, almacén y herrería, donde a primera vista las artes escénicas parecen un implante ortopédico. Cuántas ilusiones y esfuerzos han ido consolidando un espacio de exhibición que a la vez era su laboratorio teatral. Suprema lección de iniciativa privada, de trozo de Sevilla especialmente dinámica, de cultura de calidad con los pies en el suelo y la mente por las nubes, de alternativa buena con cuatro duros a los que se les saca el máximo partido y además se reinvierten para seguir mejorando. La Imperdible, en 18 años, ha sobrevivido a innumerables tinglados culturales de pelotazo, paridos en despachos gubernamentales con generosa dote y mínima andadura. Y, con el desalojo en los talones, han mantenido el espíritu joven y ambicioso para embarcarse en un reto mucho más difícil: entramparse para erigir una Imperdible de nueva planta, y echarle tanto valor como ideas para que el Ayuntamiento no les deje colgados de la brocha, con sus cambios de criterios y sus recortes para pagar el Santa Rufina.

Cuando lo inauguren, todo serán abrazos y parabienes, celebrando un paso adelante para la Sevilla cultural. Pero ellos, con más reaños, seguirán a lo suyo, cogidos con imperdibles.