Clarines enmudecidos, los toros de Victoriano pastando en el campo, los trajes de luces oliendo a naftalina, llora el Arenal y se le encogen los adentros a una Sevilla traicionada por gente que creía suya. Nunca creímos que esto que nos está pasando fuera a ser posible, que ni en los peores sueños podíamos imaginar una felonía como ésta. Y pasa que desde que se empezó a olisquear la faena vi en todo esto el puntillazo definitivo a una fiesta que se tambalea rumbo a las tablas. Que esta pandemia nos ha cogido en las peores manos es algo archidemostrado, pero que en este luminoso domingo de abril sigan los toros en el campo y los chispeantes en el armario nos llega demasiado hondo como para asimilarlo. Y en todo este drama, un verso suelto como Morante ha sido el único rapto de dignidad, el solista que se ha dejado oír para denunciar esta espuria desvergüenza.
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