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Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Infamia

Para la juez del caso Arny, que hizo una instrucción lamentable, la inocencia era moneda que no cotizaba

Era la época de los jueces justicieros que acaparaban portadas y que querían ellos solos derribar gobiernos y llenar las cárceles de sus enemigos reales o supuestos. A mediados de la década de los noventa reinaba en la Audiencia Nacional Baltasar Garzón. Rebotado de la política tras no haber conseguido ser ministro de Felipe González emprendió una feroz persecución de todo lo que oliera a socialista. Materia no le faltó: de Filesa a los GAL, durante años hizo que las escalinatas de la sede judicial fueran escenario de un paseíllo interminable de políticos con la cruz de la presunción de culpabilidad a cuestas, listos para ser escarnecidos en los telediarios. La inocencia era moneda que no cotizaba. Los jueces estaban de moda, se miraban todas las mañanas en el espejo italiano de Mani pulite y se gustaban.

El terremoto que terminaría llevándose por delante a González y catorces años de gobierno, tuvo una réplica simultánea en los juzgados del Prado de San Sebastián de Sevilla. No fue una causa política ni tuvo a políticos en su punto de mira. Pero, en definitiva, respondía a los mismos patrones: jueces estrella cargados de prejuicios -en el sentido más estricto del término- que aplicaban a rajatabla que se era culpable mientras no se demostrara lo contrario. Fue el caso Arny, una trama de corrupción de menores con famosos de la época y que se derrumbó como un castillo de naipes en el juicio. Estos días un documental de HBO Max, hecho desde el rigor y la seriedad, recupera aquellos meses atroces para los que se vieron atrapados en la red y el papel que en todo ello jugó la magistrada María Auxiliadora Echávarri. La juez, con grandes dosis de ignorancia y estulticia, hizo una instrucción lamentable que llevó al banquillo, contra toda evidencia, a un montón de personas. La juez era jaleada, una noche sí y otra también, por las televisiones de tetas y escándalos que entonces estaban casi de estreno. Aquello le arruinó la vida a personajes populares de entonces como Javier Vázquez, Javier Gurruchaga o Jorge Cadaval, que tardarían años en recuperarse de la infamia.

Mucho peor fue para el juez de menores Manuel Rico Lara. Cualquiera que tenga edad y memoria para trasladarse a la Sevilla de la época recordará a Rico Lara como ejemplo de compromiso cívico y de valores éticos. Sin que nadie sepa todavía cómo pudo iniciarse aquella locura, la juez Echávarri lo llevó a una especie de muerte civil. Nunca volvería a ser el mismo. El testimonio de su hijo Ventura es uno de los más estremecedores que se ha visto en televisión en mucho tiempo.

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