La ciudad y los días

carlos / colón

Información y manipulación

LEO cosas repulsivas sobre la dimisión del Papa y sobre él. Insultantes. Primarias. Manipuladoras. No me refiero a los análisis críticos, positivos o negativos, de su pontificado sino a esa tosca grosería que, además de desahogar un odio patológico al fenómeno religioso en general, al cristianismo en particular y a los curas de forma muy especial, hace algo aún más manipulador: importar a la Iglesia criterios puramente mundanos.

Los comunistas calcaron la estructura de poder, el dogmatismo y el afán inquisitorial de los peores tiempos de la Iglesia -la conversión del Extra Ecclesiam Nulla Salus en "más vale equivocarse con el Partido que tener razón contra él". Es cierto que los socialistas llegaron a editar un Catecismo de la doctrina socialista copiado del católico que incluía oraciones, mandamientos o actos de contrición. Pero por mucho que se hayan empeñado en copiar lo que de peor tenía, la Iglesia como estructura de poder es una realidad sólo en una mínima parte parecida a otras organizaciones humanas. Y da la casualidad de que esa mínima parte es la menos importante, no sólo por ser la más pequeña, sino por ser la menos relevante y por ello la que menos la define y singulariza.

Es lo propio de esta mentalidad antirreligiosa de progresismo infantil y dogmatismo ateo imponer sus criterios a lo religioso. Como un sordo que hiciera la crítica de un concierto: aun viendo el movimiento de los músicos, no percibe lo esencial. Es una especie de teocracia al revés: si ésta supone la intervención abusiva de lo religioso en todos los órdenes de la vida, este fundamentalismo laicista supone la intervención abusiva de los criterios mundanos en la Iglesia, reduciéndola a mera estructura de poder. A lo visible. A la cáscara. Exagerando lo que la hace igual a toda organización humana e ignorando lo que la diferencia y la sustenta.

Desde fuera de la experiencia religiosa no es fácil entender que un Papa renuncie a su poder para recluirse en un monasterio y dedicarse a la oración, algo que no había sucedido desde 1296. Y desde el desprecio -o el rencor de los oponentes intraeclesiales- es imposible hacerlo. Entonces se fabula. Cuando eligieron a Benedicto XVI y éstos le acusaron de manipular el cónclave para hacerse con el poder, escribí que no quería ser Papa, que su apetencia era retirarse a rezar, escribir y disfrutar de sus gatos y su música. Ocho años después me ha dado la razón.

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