La lluvia en Sevilla

Inolvidable

Todas las Semanas Santas inolvidables se arrebujan en ésta, que, equivocadamente, creemos prescindible

Pareciera que, tanto a cofrades como a profanos, esta semana tan especial para Sevilla nos nutre, más que ninguna otra, de vivencias para el resto del año. Existen condiciones especiales para ello: el tiempo se detiene porque van un poquito más lentos los quehaceres, incluimos matices en los olores y sabores cotidianos, y la primavera comparece con insolencia y puntualidad. Me dedico a observar todo ello con mis gafas de asombrarme. El mero gesto de salir al balcón por la mañana ofrece en su brisa una dieta equilibrada de aromas, temperatura, cantos de pájaros y otros gozos. En el portal de mi bloque huele a canela, y ello me parece razón suficiente para salir a la calle contenta. Pareciera que, este año, flotara en el ánimo la sensación de que es una Semana Santa prescindible, a medias, olvidable como un cumpleaños triste. Quizá sea así para quienes viven a tope y desde dentro de las cofradías estas fechas. Sin embargo, sostengo que esta semana en Sevilla está teniendo algo realmente particular, hermoso, íntimo: inolvidable.

Por Esperanza de Triana, un chavalín camina a zancadas con una caja de cerveza puesta bocabajo sobre la cabeza. De pronto me maravillo del hecho de saber perfectamente a qué juega de una forma tan esquemática. Por el Paseo de la O, dos hombres transportan estandartes, báculos y manípulos, y me da por pensar que los llevan de un lado a otro no más porque les sirve de consuelo. Transito las zonas de Santa Marta, Feria, San Juan de la Palma… por disfrutar de un ambiente único, incomparable al de otros años, más despacioso y callado en las colas, hasta desembocar en unos churritos en La Centuria. Ha cambiado la danza de la ciudad, la manera en la que se mueve, su armonía. Es distinta al resto del año, pero también muy distinta al resto de Semanas Santas. La querida Charo Ramos nos recuerda desde esta misma página las impresiones de Roberto Arlt de su visita a la Sevilla en la Semana de Pasión de 1935, y no me resisto a releer ese pasaje de sus aguafuertes, para saltar, a continuación, a los textos de la visita de Girondo en la de 1923. Todas las Semanas Santas inolvidables se arrebujan en ésta, que creemos -equivocadamente- prescindible. La de este año 2021 es única por su tempo y hechura y porque, de súbito, las calles del mucho armatoste y ajetreo se han convertido en un espacio íntimo. Nadie de Sevilla, amador, detractor o indiferente a esto, puede vivir al margen del aire de esta festividad, pues sucede en el corazón de la ciudad, que renace y transmuta momentáneamente su forma de vibrar. La Semana Santa del año pasado fue realmente desgarradora y cruel. Les invito a hallar, lo que nos queda de Viernes Santo, tras esta madrugada sin Madrugá, las maravillas calladas de esta semana grande que este año se nos ha presentado íntima, gozosa y chiquita.

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