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¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Inseguridad legislativa

El desconocimiento del arte de hacer leyes por los ministros sólo puede provocar desazón en los ciudadanos

El Hemiciclo.

El Hemiciclo. / DS

LA mediana burguesía española, de la que se nutre fundamentalmente la derecha que aún representa el PP, siempre apostó por la merienda, los colegios de curas y las grandes oposiciones del Estado y las altas ingenierías como mejor manera de prosperar en la vida. A los vástagos de las familias denominadas bien no se les inculcaba la avidez calvinista del emprendedor, sino la nobleza de los codos, la grandeza de las largas jornadas de estudio para acabar coronados por el laurel de los notarios, los registradores de la propiedad, los jueces y fiscales, los inspectores de Hacienda, los abogados del Estado, loacatedráticos o los ingenieros de Caminos. Eran conscientes de que la vía del empollón, quizás, no llevaba al lujo asiático de los grandes capitalistas, pero sí aseguraba una vida mullida y honorable, así como un matrimonio ventajoso. Al igual que los vizcaínos fueron los burócratas de los Habsburgo, los mesócratas provincianos con capacidad para meterse en la cabeza todo el código civil en una sola merienda de chocolate y soletillas fueron (y aún son) la columna vertebral del Estado español que tomó el relevo de la Monarquía hispánica en el XIX. El último gran representante de esta larga tradición fue Mariano Rajoy.

Esta manía opositora ha podido producir algunas taras sociales y políticas, pero también tiene sus ventajas. Por lo pronto, ha permitido a la derecha, brazo político de la burguesía, tener generalmente unos cuadros bien preparados, capaces de elaborar una ley sin que el rubor suba a los rostros del común. Esta vieja costumbre, por desgracia, ha empezado a cambiar.

El PSOE que va de González a Zapatero siguió la misma tradición, no en vano sus principales cuadros pertenecían a una mediana y pequeña burguesía que se había hecho izquierdosa y demócrata en la universidad tardofranquista. Exceptuando algún antecedente como Corcuera, no fue hasta ZP cuando empezó a notarse una relajación de las exigencias para llegar a ser legislador o ministro. Pero es en el Podemos de Irene Montero cuando esta tendencia ha llegado a su clímax, con cuadros que vociferan como pregoneros en el hemiciclo, pero son incapaces de hacer un real decreto con rigor, sea cual sea su contenido. Este desconocimiento del arte de hacer leyes sólo puede provocar desazón e inseguridad en los ciudadanos. Lo hemos visto con el sólo sí es sí y lo vamos a ver con la ley de protección animal. Ya se echa de menos a esos altivos memoriones que se curtieron entre los ácaros del Aranzadi y las largas y aburridas tardes de noviazgo.

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