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Por montera

mariló / montero

Insolidarios

CUANDO una persona mayor se ve asaltada por una enfermedad, una dolencia o se parte sus huesos, los familiares, amigos, y la gente de bien se conmueven por su limitación sobrevenida. Confieso que me enternezco al ver a una persona con las facultades mentales brillantes pero con restricciones para moverse con autonomía. Soy consciente de que la falta de independencia física hiere en lo más hondo a las personas que han tenido una vida activa cuya productividad ha sido el alimento y sustento de quienes hoy rodean su cama o la silla donde convalece. Cama o asiento del que cada día, de la mano de un fisioterapeuta, se levanta sostenido por el temblor de sus brazos convertidos en palancas que consiguen superar el gran esfuerzo de poder erguir todo su cuerpo. Ponerse de pie, dar los primeros pasos, llegar hasta el armario que dista de su punto de partida, a tan sólo dos metros de distancia, y alcanzarlo sin la ayuda de ningún apoyo es el triunfo diario.

Horas de rehabilitación, dolor, horas de pensamientos de personas mayores que tienen que volver a aprender a caminar cuando han sido quienes nos han permitido correr a todos sus herederos para alcanzar nuestras metas. Enfermos por cuya mermada condición física son aclamados por los aplausos y las sonrisas de sus seres queridos, quienes los jalean para que consigan superar, cada día, semejantes éxitos cotidianos. Cuando tenemos enfrente a una persona doliente nuestra reacción normal es la de sonreír para transmitirle la positividad necesaria con la cual conquistará su total recuperación. Siempre se dice que el apoyo de las familias es determinante en la curación de los enfermos.

El comportamiento social humano que se está teniendo con el Rey me resulta inaudito. Un hombre que ha pasado uno de los años más duros de su historial médico y a quien en vez de animarlo para que se cargue de fuerzas y del optimismo necesario con el que conseguir la seguridad para su restablecimiento, está alcanzando niveles, para mí, vergonzosos. Debe soportar las burlas ante cada una de sus operaciones, aguantar bromas fundamentadas en sus dolencias, desconsideraciones ante el esfuerzo físico y mental al que se estará enfrentando cada mañana que abre los ojos. Disimular el dolor tras las caídas en actos donde casi se ha partido la cara soportando impasible el acto por no cancelarlo. Y, me pregunto porqué son tan insensibles. ¿Para que abdique? Si fuera nuestro abuelo, padre, un familiar, un amigo, ¿lo desanimaríamos tanto y sin disimulo? Su fortaleza mental, psicológica, queda sobradamente demostrada cuando es él, el convaleciente, quien sonríe y jalea a aquellos que lo observan con la mirada de los desagradecidos e insolidarios que en vez de honrarle en su silla, lo zarandean.

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