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Intelectuales callados

Nos ha tocado vivir la dictadura de lo políticamente correcto y son pocos los que atreven a decir lo que piensan

Resulta llamativo el hecho de que ante una situación nacional, europea y mundial tan especial y complicada, brille por su ausencia la voz de los intelectuales. No sé si es que no existen ya tales especímenes, al menos en la forma en que los hemos entendido hasta ahora, o es que están en otro mundo. Más bien diría que en otra órbita. La separación existente entre la intelectualidad y el pueblo se va haciendo cada vez mayor. Son como dos mundos separados que no se benefician mutuamente, sino que cada uno va por su lado y tiene sus objetivos.

Nos ha tocado vivir la dictadura de lo políticamente correcto y son pocos los que se atreven a decir lo que piensan. Tener un pensamiento independiente y expresarlo en público supone exponerse a quedarse fuera de todos aquellos favores y prebendas que el poder tiene dispuestos para las mentes dóciles. Razón llevaba Vaclav Havel cuando decía que el hecho de que un intelectual esté de parte del poder es, cuando menos, sospechoso. Y así es. Un pensador ha de ser independiente, además de justo, equilibrado, comprometido y valiente. Lo otro es un panfletista, un oportunista, lo que llamamos un paniaguado.

Los resortes del poder son incontables. Las prebendas, subvenciones y favores son platos apetecibles para todos los estómagos, pero a los intelectuales hay que exigirles una dieta especial, sí es que realmente lo son. Su compromiso no debe ser con los gobernantes o con un determinado partido, sino con el pueblo, con el ser humano.

Y ahí estarán, sentados a la mesa de ministerios, consejerías y concejalías de Cultura. Callados como Lázaro de Tormes, lanzando odas a sus jefes y a las ideas que los mantienen. Vivir hay que vivir, pero se echan de menos actitudes como la de Diógenes cuando le pidió al mismísimo Alejandro Magno que se apartara para no ocultarle los rayos de sol. El intelectual debe estar por encima de privilegios y objetivos terrenales, debe permanecer ajeno a las oportunidades de medrar social y económicamente que brinda el poder, y a los reconocimientos oficiales que sean capaces de satisfacer un ego desmesurado. Un intelectual no es un charlatán de feria, ni un propagandista de ideas sectarias, ni un brillante orador a sueldo. Es difícil definir lo que es un intelectual. Son tan pocos que cuesta trabajo poner a alguno como ejemplo. Estarán en la cola de alguna ventanilla oficial esperando su turno.

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