LA delegada de Cultura del Ayuntamiento de Sevilla, Maribel Montaño, ha retado al líder de la oposición, Juan Ignacio Zoido, a hacer acto de presencia en alguna de las actividades culturales que se programan en la ciudad. Estupendo órdago si se lo lanzan a la recíproca socialistas y populares, porque es más difícil encontrarse a un concejal como espectador en un espacio cultural que aparcar el coche en el centro. Ni solos ni con la familia. Ni en las inauguraciones de canapé ni en las jornadas de asueto. Será que se encierran en casa para empollarse la Enciclopedia Británica.

Además de los beneficiosos efectos para la salud que reporta estirar las piernas para ir a ver, aunque sólo fuera para dejarse ver, algo les enriquecería el magín conocer de primera mano a la Sevilla que organiza, crea y/o consume cultura. Servidor, que modestamente intenta ponerse al día en todos los palos de la baraja cultural, no he tenido la dicha de encontrarme nunca en busca de la belleza a Celis, a Fran Fernández, a Gregorio Serrano o a Ignacio Flores, por citar cuatro significados ediles. A Monteseirín, dejando al lado las galas que él preside como alcalde en la Bienal de Flamenco, el Festival de Cine, etc., en diez años sólo lo he visto escuchando a Serrat y a Chavela Vargas en el Maestranza. A Zoido, solamente en el recital benéfico que Pilar Jurado dio este verano en la Casa de Salinas organizado por la Orden de Malta.

Montaño tiene ante sí una gran oportunidad de saber a ciencia cierta si los concejales son usuarios o refractarios de la cultura. Que reparta hojas, con las fotos de todos ellos (incluyéndose ella también), en la totalidad de los espacios culturales, públicos o privados. Y sus mentores, en respuesta anónima para decir la verdad sin miedo a represalias, que señalen de quién le suena la cara como asistente. Vaya papelón para Remedios Navarro, Manuel Llanes, Fernando Roldán, Pedro Álvarez Ossorio, Rafael Ortiz, José María Roca, Antonio Álvarez,...