Visto y Oído

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'Isabel' Alaya

EL problema de Isabel es la evidente falta de presupuesto, pero parece que Telefónica, su patrocinador, al menos apoquina lo suficiente para que la serie de la productora Diagonal para TVE mantenga el tipo e incluso el rigor que tanto enoja a algunos catalanes. Se ven obligados a recortar en figurantes, exteriores y escenas espectaculares, aunque sólo unos segundos en la Alhambra compensan esa contención obligada para una ficción que debió aprovecharse de unos tiempos más rumbosos. Isabel, ya lo dijimos por aquí, es un Estudio 1 por entregas. Una prolongada obra de teatro que ha ganado en diálogos e interpretación en esta segunda temporada. Y hasta los propios reyes han crecido mientras afilan sus aristas ladinas, inevitables para sobrevivir en la guerra civil y en todos sus frentes abiertos. Ambos son mejorables, pero ya vamos tolerando sus pronunciaciones.

En el pasado episodio tocaba el encuentro con una Andalucía pendiente, con Antonio Garrido como cortijero medieval en la piel del duque de Medina Sidonia, disputándose la plaza hispalense con el marqués de Cádiz. Arbitrariedad, cainismo, impunidad o fanatismo en las líneas de una historia que parece afanarse en comparar el siglo XV con lo que (todavía) nos sucede en estos tiempos.

"En Sevilla abundan los malhechores que burlan nuestras leyes. Es en los palacios donde habitan los de peor calaña. Aquellos a cuyo amparo los otros roban y matan. Nobles poderosos a costa de envilecer a nuestros súbditos…", redacta la reina católica, avisando a su marido de que va a coger este toro por los cuernos. Ole. Ni el mejor trovador habría definido la Andalucía de 2013. A Miche-lle Jenner se le puso el otro lunes la cara de la jueza Alaya.

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