Felicidad Loscertales

Japón... ¡tan lejos, tan cerca!

Recuerdo emocionado de una visita al imperio del sol naciente

CORRÍA el verano de 2013: éramos un grupo de personas sencillas y normales, pero con un importante objetivo, el de estrechar los lazos de una amistad y una unión familiar de cuatrocientos años de existencia. Nos íbamos de viaje porque nuestros hermanos del Japón habían sufrido el espantoso tsunami del 11 de marzo de 2011 (el suceso negro) pero también para recordar el 400 aniversario (el suceso brillante) del viaje de Hasekura Tsunenaga, aquel hombre valiente y soñador que cruzó medio mundo al frente de la Embajada Keicho para conocer en Europa, al Rey de España y al Papa de Roma deseando darse a conocer y establecer relaciones duraderas. Y bien que lo hizo. Su amistad, su hombría de bien y la sangre de la estirpe japonesa quedaron aquí para siempre, en Coria, donde el apellido Japón y el orgullo del hermanamiento de siglos lo atestiguan.

Por eso marchamos todos a las tierras del lejano oriente: los Japón de Coria, los integrantes del Coro Santa María, corianos si los hay… y alguna que otra amistad postiza y entusiasta entre las que se cuenta quien esto escribe. Así que ¡adelante! También cruzamos medio mundo para reunirnos con los amigos que nos habían invitado, tantos que era imposible enumerarlos pero que estaban perfectamente representados por Mike Shirota y su esposa, siempre sonrientes, siempre eficaces, al tanto de cualquier detalle por nimio que fuese. Viajamos en la creencia de ver y vivir algo nuevo: tierras nuevas, personas nuevas, situaciones nuevas… ¡Pues no! ¡No exactamente! Es cierto que eran otros climas y otros paisajes, pero lo central, la "gente", esos eran iguales, eran nuestros, tanto que el encuentro resultó algo muy próximo y, en seguida muy amado. Allí estaba la familia, nuestra familia. Y nos esperaban con el mismo cariño, con el mismo afecto, con que nosotros habíamos volado hasta allí. Ellos eran japoneses, muchos de nosotros se apellidan "Japón" y por sus venas y en sus genes corre la sangre y las esencias de ese Japón eterno que ahora ya no nos es tan lejano.

Juntos recorrimos lugares interesantes y bellos y sitios donde se podía reconocer el espanto de lo sucedido tras el tsunami. Y juntos pudimos vivir la intensa pena de las pérdidas que supuso. Pero aprendimos de la suprema dignidad con que el pueblo japonés ha sabido encajar la desgracia y seguir adelante rehaciendo sus casas, sus ciudades, sus lugares de trabajo y de esparcimiento. No se puede saber si Hasekura Tsunenaga era consciente de los lazos tan estrechos y firmes que se estaban tejiendo a lo largo de su viaje. Porque, aunque con ciertas vicisitudes propias del paso del tiempo, el hermanamiento está ahí, desde hace cuatrocientos años, seguro y firme. Lo comprobamos cuando nos sentimos respetuosamente unidos al dolor, el atroz dolor que causó el tsunami. Nada más llegar a Ishinomaki, pudimos comprobar cuan patentes eran todavía las huellas de su paso. Por la noche, a las orillas del río, justo por donde subió el agua ferozmente descontrolada por el maremoto, muchas personas de todas las edades y condiciones iban llegando y se sentaban en grupitos familiares, con silencio y emoción contenida.

Muchas de estas personas vestían sus kimonos, incluso niñas muy pequeñas. Mientras tanto bajaban flotando por el río cientos de pequeños faroles encendidos… cada uno de los cuales llevaba en su luz el símbolo del amor y el recuerdo de una familia amante que sufre mansamente por los seres queridos que perdió. Los japoneses nos enseñaron también el apego a sus valores profundos y sus costumbres populares que respetan con la coherencia de un pueblo que se sabe a sí mismo y mantiene su cultura y su arte de siglos. Pero al mismo tiempo sabe estar en los primeros lugares del mundo moderno en cuanto a avances científicos y tecnológicos se refiere. Ahora ha venido a devolvernos la visita, a conocer Coria, a que cantemos juntos y recitemos esos bellísimos Haikus que también aprendimos con ellos. A lo largo de cinco días (29-IV al 3-V) ha renacido el espíritu de la Embajada Keicho y en su memoria le ofrecemos desde aquí a nuestros hermanos de Japón el más cordial abrazo de bienvenida diciéndoles: ¡aquí tenéis vuestra casa!

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