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CANAL Sur ha tirado por la borda su última franja de la tarde reponiendo Kung Fu, lo más barato y amarillento que ha encontrado. Los espectadores de hoy en día se sorprenden cómo podía gustar tanto aquella serie que incitaba a los niños de tardofranquismo a ir pegando patadas por las esquinas. Todos hemos aprendido a ser espectadores más exigentes con los años. Su lentitud en el ritmo, su parsimonia en los diálogos, su simplicidad en los argumentos, convierten a Kung Fu en una antigualla, que es lo que tal vez ocurrirá con House dentro de tres decenios. Cuatro estrenaba el miércoles los nuevos capítulos. Las desventuras del doctor pueden ser una sorpresa en su resolución científica (las rarezas médicas son un misterio para casi todos nosotros), pero el argumento personal peca de previsible.

House ha salido del psiquiátrico, rechaza volver al tajo del hospital y encuentra en la alquimia de la cocina un relajante de sus dolores. Foreman es incapaz de curar a un impertinente paciente con unas extrañas paperas y (espoiler)... es al final el propio House ("un pastillero egoísta, un genio", Foreman dixit) el que da con la solución desde internet y se siente mucho mejor así, diagnosticando, sin tener que caer en la vicodina. Foreman, que como nuevo jefe no se pone la bata ya ni para hacer un análisis de orina, queda fatal. ¿Otra sibilina puya de la Fox contra Obama y su reforma sanitaria?

House es trepidantemente concisa en los diálogos (cuentan y hablan en 50 minutos lo que en España tardan 80 o más), fresca en sus planteamientos, ágil en su realización e innovadora con sus recreaciones virtuales o sus fragmentos de animación. Esos son los ingredientes que la hacen grande. Kung Fu y Canal Sur son del siglo XIX al lado del doctor.

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