La lluvia en Sevilla

'Jet lag'

Las gentes de Sevilla nos adaptamos a nuevos usos y horarios y mejor de lo que pensamos

Cuando viajamos a un lugar que está en la otra punta del planeta, solemos vivir los primeros días como en un sueño, en una nebulosa alucinada construida a base de cansancio, extrañeza y desfase horario. La primera noche tan lejos es imposible entender la conversación durante la cena y, por la madrugada, un hambre atroz nos muerde las costillas. Creemos que el mundo es un lío, pero sucede sencillamente que somos nosotros los que estamos liados, aturdidos, por culpa del dichoso jet lag.

De un tiempo a esta parte, desde que la nueva normalidad se ha puesto imposible, sufro jet lag sin salir de Sevilla. Quizá también les suceda a ustedes. A las diez de la noche se me antoja que son las doce. Si quedo con alguien lo hago a contratiempo y, en horarios inusuales, merendamos cervezas cuando el estómago menos se lo espera, y nos lo arruinamos. Ya no nos trasladamos a otras latitudes, sino que gentes de otras latitudes arriban al salón de casa, vía Zoom, para recibir una conferencia. No negaré las virtudes del modo on line que, aunque parezca mentira, las tiene. Pero los horarios de las ponencias son los del lugar del público asistente. Cuando, a las sevillanas tres de la madrugada -ocho de la tarde en América- has acabado de impartir una clase frenética, lo último que te apetece es ir a la cama. Necesitas salir, tomar un vino, bailar, no sé, decir tonterías, que son muy higiénicas. Y nada. Te espera la lámpara de la mesilla de noche, encendida y también insomne hasta el amanecer. A la mañana siguiente, el horario español te reclama en sus rigores, hay que hacerlo todo en ese tramo porque, a las seis de la tarde en punto, una capa espesa de tristeza desciende sobre las calles y se nos vuelve a antojar otra vez, de súbito, que es de nuevo madrugada. Pregunto la hora al taxista que me lleva a la estación. "Qué más da", me responde. Pienso entonces que en las UCI no existe el tiempo, a pesar de que cada minuto vale más que en ningún otro sitio. Me pregunto si a quienes están ahora mismo allí les llega, por alguna fisura del tiempo, nuestro deseo emocionado de que regresen, pronto y bien, a su casa y a su calle.

Cuento todo este relío de usos como husos porque, a pesar de esta especie de jet lag -que denota resistencia a salir de nuestras rutinas-, sostengo que las gentes de Sevilla tenemos por maña adaptarnos a nuevas usanzas más rápido y mejor de lo que creemos. En muy poco tiempo, nos hemos habituado a que los actos culturales sean a mediodía o de sobremesa, hemos reordenado lo importante y lo urgente, lidiamos con la desazón y hemos retomado esa vecindad que casi se había perdido en los barrios que presumían de haber cuidado antaño de su gente. No se nos quita de la cabeza ni del pecho la situación de cada una de las personas de nuestro entorno. Todo esto se llama resistencia. Aunque venga con su poquita de jet lag.

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