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La lluvia en Sevilla

De Juan Antonio Bermúdez

Que Juan Antonio ya no esté es una pérdida inabarcable. Pero también es grandísimo lo que nos deja

Uno de nosotros lo dijo: "Me salta, automático, un pensamiento, un deseo: Esto se lo tengo que contar a Juan Antonio". Creo que era unánime. Todos necesitábamos contarle cuanto antes al Bermúdez que estábamos en su pueblo, Jerez de los Caballeros, que era el primer día de lluvia y frío, que llevábamos puestas sus gafas y que por eso podíamos mirar cada cosa como lo haría él, y eso era lo único que nos reconfortaba. Que doblaban las campanas. Que nos sentíamos como pollos sin cabeza y no sabíamos qué hacer con todo aquello. Contárselo, para que él, como solía, nos escuchara como quien acude a todo lo pequeño, a todo lo que importa: abierto, atento, sentado en una silla, sus bastones al alcance de la mano y su sonrisa, casi literalmente, de oreja a oreja. Su belleza. La voz tierna y socarrona, dándonos sin drama consuelo, amor, lucidez.

Así era, para quienes lo tuvimos cerca, Juan Antonio Bermúdez, poeta, cinéfilo, crítico de cine y literatura, colaborador de este Diario y cuidadoso dador de todo ello, sin rastro de esnobismo ni de falsa humildad, a las gentes que quisieran disfrutarlo. Tenía, entre otros, el don de hacer entender que lo complejo es sencillo -y todas sus posibles viceversas-, de hacer común lo que es común. Y lo ejercía.

Pero no escribo estas líneas para quienes lo conocimos, sino para quienes acaso oyeron su nombre sólo de lejos. Tampoco escribo de su muerte (muerte y él son un oxímoron disparatado), sino para proclamar cuántas cosas de él siguen vivas y hacen mejor a esta ciudad, pues es la sensibilidad la que transforma, despacito. Juan Antonio Bermúdez fue capaz de montar Cortos por caracoles, un prestigioso certamen internacional de cortometrajes en Triana, cuyo premio tenía por cuantía lo que se recaudara despachando tapitas de caracoles. ¡Qué lote de gasterópodos con hierbabuena y cine en aquel patio! Cada martes, también en la sala El Cachorro, proyectaba y explicaba cine pata negra. Me reñiría, con todo el cariño, si ahora mismo no aclarara que su labor era colectiva (La Palabra Itinerante, Cámara Lenta, Asecan…). Colectiva y tendida hacia los demás. Desde librerías como Casa Tomada, enseñó a escribir, o desde La Fuga Librerías, tantas cosas, como Cercanías. Reflexiones abiertas de poesía contemporánea. En el Festival de Cine fue puente entre el cine europeo y andaluz. Sus libros desvelan el secreto: "Amar a cada uno por su nombre". Fue dejando un reguero de luz a cada paso. Hay varias maneras de hacer mejor este mundo; una de ellas es la cultura, una cultura para una mejor vida. Que Juan Antonio ya no esté es una pérdida inabarcable. Pero también es grandísimo lo que nos deja: su digno ejemplo -qué herencia, qué derroche-, siempre vivo.

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