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CARMEN Fernández, la mujer a la que la Junta de Andalucía le retiró de forma irregular a sus dos hijos -Iván y Sara- y a la que un recurso de la propia Junta ante el Tribunal Constitucional impidió cobrar los 1,7 millones de euros de la indemnización que la Justicia le otorgó para tratar de compensarla por sus sufrimientos, ha muerto tras una lucha de más de 11 años por la recuperación -lograda sólo a medias y muy tardíamente- de su prole. Muy a su pesar, esta mujer de vida tristísima y desgraciada, se convirtió en la víctima más simbólica del kafkiano funcionamiento del sistema judicial y administrativo andaluz. Sus hijos le fueron retirados de forma precipitada por la Junta debido a su propensión al alcoholismo, del que logró rehabilitarse al cabo de sólo un año. Para entonces, sus descendientes habían sido entregados en acogimiento preadoptivo a un matrimonio de Dos Hermanas, que estableció con ellos unos fuertes lazos afectivos en detrimento de la madre biológica. Carmen Fernández recurrió ante la Justicia por la recuperación de los niños, pero a cada batalla judicial ganada el Juzgado de Familia respondía con nuevas medidas y obstáculos que fueron prolongando la espera de esta mujer sin medios y sin estudios al tiempo que debilitando los lazos con sus hijos. Pese a acumular una decena de sentencias a su favor, el bloqueo que sufrió su causa por la propia Justicia desembocó en que los tribunales acabaran considerando de "imposible cumplimiento" la devolución de los niños por el afecto desarrollado a los padres de acogida y en que fijaran como compensación por el daño causado una indemnización de 1,7 millones de euros. Por si no hub iera sufrido aún bastante, y aunque jamás el dinero podría compensarla por la pérdida de sus hijos, vio cómo nuevas medidas judiciales, incomprensibles para la opinión pública por la obcecación que denotaban, impidieron el libramiento del dinero y elevaron la causa ante el TC. Los sufrimientos aceleraron el cáncer que se le había declarado y la llevaron a la tumba. Nunca como en su caso se cumplió el adagio de que la lentitud de la Justicia no es Justicia, la misma que pudiendo ver su penosa situación siempre tuvo para ella los ojos vendados.

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