POR fin, el Betis, por siempre Real Betis Balompié, tiene un motivo de satisfacción por algo que le viene de fuera. Tanto tiempo de vejaciones y agresiones tan exógenas como endógenas, que hay que ver cómo fueron las internas, parecía eternizarse y hasta se veía con temor que el invento, ese juguete tan seguido y querido en Sevilla y, por supuesto, fuera de Sevilla, iba a irse a hacer puñetas para siempre. Eran demasiado certeros los ataques y aunque no hay mal que cien años dure, tampoco hay cuerpo que lo resista, por lo que el panorama no podía ser más lóbrego para cuantos tuercen por la causa.

Pero la cosa empezó a arreglarse cuando un grupo considerable de béticos pusieron el primer apuntalamiento para que el edificio no se derrumbase. Y tuvo el Betis la fortuna de que el siguiente paso corriese a cargo de una jueza meticulosa e implacable con el delito y luego llegaría lo de la ley concursal como único salvavidas al que asirse. Ya en ley concursal vinieron los ataques, muy lógicos, por parte de algunos acreedores y otros no tan lógicos por parte de clubes que calladitos están mucho más guapos. A partir de ahí quedaba que se pudiese llegar al convenio con los acreedores para establecer las quitas y los calendarios de pago y eso ha llegado, al fin.

Y llegó de manera altamente beneficiosa para el Real Betis Balompié gracias a que un juez le ha reconocido a la centenaria y sevillanísima institución lo que representa en esta ciudad llamada Sevilla. Al fin llega el reconocimiento de lo que significa el Betis y le ha venido no por medio de un cualquiera, sino de un juez. Tenía que ser así, pues no podía el Betis continuar siendo una víctima de uno que decía ser de los suyos y que no sólo no lo salvó sino que lo tuvo secuestrado durante dieciocho largos años, dieciocho. Ahora sólo le queda al Betis seguir haciendo las cosas bien, justo como las está haciendo desde que secuestrador y okupa desaparecieron de su vida.