LLEVÓ los pantalones como nadie. Fuera del set de rodaje era difícil verla vistiendo algo que no fuesen pantalones y su energía indomable la enfrentó a la prensa, que inventaba argumentos sobre su imprecisión sexual, entre otros. En La gran aventura de Silvia tuvo que interpretar a un hombre e incluso besar a una mujer, lo cual hizo crecer los comentarios sobre su sexualidad. Pienso en la España del año que se estrenó ésta película, 1936.

"Los enemigos son estimulantes", con lemas como éste moldeó su carrera esta actriz de espíritu obstinado; fraguado en su infancia al calor de un hogar diferente y libre. Spencer Tracy fue su gran amor y el actor con el que haría nueve películas que forman parte de la historia del cine. La costilla de Adán es mi favorita (y la de mi madre). Los dos, en estado de gracia, demuestran estar hechos el uno para el otro en esta comedia sobre la lucha de sexos. Fuera de la pantalla se lanzaron a la aventura de amarse con trabas durante 26 años. Él era alcohólico y esclavo de fuertes creencias religiosas. Nunca se separó de su mujer. Sorprende que Katharine Hepburn, la rebelde, viviera esa relación en la que nunca pudo crear su propia familia. Según sus propias palabras "Habría sido una madre terrible porque básicamente soy un ser humano muy egoísta". Pero con Spencer Tracy cedió todo lo que no cedió con Hollywood. Quizá junto a él, ella era aún la niña de doce años que encontró ahorcado, colgando de una viga a su adorado hermano Tom. Este hecho marcó para siempre el carácter de esta mujer rara y genuina. "Vive la différence", dice Spencer Tracy al final de La costilla de Adán. Cuando Hollywood advirtió la elegante diferencia en ella, se rindió ante Katharine Hepburn. Fue un coloso de la interpretación, se saltó a la torera las normas de Hollywood y aun así ganó la cifra record de cuatro Oscar, que no se molestó en ir a recoger. "No lamento nada de lo que he hecho", decía ella, "Lo disfruté en cada momento". Qué buen epitafio sería ¿no creen?