DECÍA Emery que fue clave para derrotar al Barça recuperar la "agresividad y la intensidad". Virtudes ausentes ante Levante, Celta, Las Palmas, Juventus. A su juicio, si los sevillistas han perdido en este arranque de temporada sus señas de identidad, esa casta y ese coraje cincelados en su catecismo, es por aptitud, más que por actitud. Indirectamente, desmiente a quienes han propalado -con razón o no, no me meto- una supuesta fractura en el vestuario como mal de fondo en esa blandura colectiva.

"La agresividad va en el ADN y hay futbolistas que la tienen y otros que no. A los que no la tienen, los vas trabajando, es un proceso", prosiguió Unai. El mensaje intercalado de sus palabras está ahí para el que lo quiera leer: en la enésima revolución estival del Sevilla, la plantilla ha perdido sus colmillos. Y hay que afilarle sus nuevos dientes. A saber: N'Zonzi, con sus virtudes, no tiene la raza y el gusto por la fricción de Mbia, nadie ha cubierto la reciedumbre atrás de Fernando Navarro y por la derecha, el ardor y la insistencia de Aleix Vidal no la pueden emular ni Coke por su limitado físico -que no por falta de arrestos o compromiso- ni Mariano, que cerrando lo pasa aún peor que Diogo Figueiras, que ya es decir.

El ADN ha cambiado. Y encima, varios de los depositarios de esa sangre ardiente están en la enfermería: Pareja, Carriço, Rami.

Visto el panorama, Emery no deja de sacudir el árbol. Y ante el Barça, hasta que al grupo le faltó el oxígeno -es lo que tiene jugar con los mismos tantos partidos-, sí pudo apretar arriba. Fue la clave.

Y vital fue la misión que encomendó a Krohn-Dehli: respaldo a los pivotes sin la pelota, y con ella a buscarle entre líneas las vueltas a la defensa azulgrana. Krohn-Dehli, el futbolista intercalado. Capaz de unir líneas y de cortar el ritmo al rival como a nosotros nos cortan el ritmo de escritura las puñeteras haches intercaladas de su apellido.