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Desde el fénix

José Ramón Del Río

¡Lagarto, lagarto!

COMO voy a escribir de los gafes y aunque no creo que existan, me parece prudente comenzar con el conjuro habitual, extendiendo los dedos índices y meñiques de las manos. Unos dicen que los gafes proceden de la cultura gitana, otros que la getattore viene de Italia. Cualquiera que sea su origen, entre nosotros y, sobre todo, en Andalucía, la institución está muy arraigada y tiene multitud de creyentes. Existen hasta estudiosos del tema, como lo fue Capmany, que los clasificaba en categorías. Sin embargo, no existe más que una clase de gafe, porque no se puede distinguir ni siquiera entre el que reparte mala suerte y el que la concita para sí, porque sólo el primero es el gafe por antonomasia; el desgraciado, al que todo le sale mal, no es un gafe en sentido estricto, sino que es un "pupas". En el diccionario, gafe es un "aguafiestas" o "mala sombra", pero el gafe del que estamos hablando es aquel que, basta con su presencia para que se origine un acontecimiento desgraciado. Digo más: basta con mencionarlo para que comience a actuar, por eso en lugar de decir su nombre o apellido se le designa como el "innombrable".

A nuestro presidente del Gobierno se le ha considerado gafe, hasta el punto de habérsele pedido que no presenciara el partido de la final. Se supone que se le considera "gafe por antonomasia", no de los "pupas", a los que todo le sale mal, ya, que con sus merecimientos ha llegado a ser presidente del gobierno. Para esta consideración se citan estos hechos: presenta la "Alianza de Civilizaciones" y abraza a Annan, que al día siguiente dimite; apoya a Kerry en EEUU y gana Bush; hace campaña en Francia por la Constitución europea y se pierde el referéndum; apoya la candidatura olímpica de Madrid y eligen a Londres; apoya a Schröder y gana la señora Merkel; dice que en terrorismo estamos mejor que nunca y que lo estaremos más aún y estalla la bomba en la T4; abraza a Prodi, que tiene que dimitir; asiste a la Copa América de Valencia y la regata se suspende por falta de viento, que salta cuando se va; después de su primera visita al mercado de valores, la Bolsa no hace más que bajar; apoya en su campaña a Sègoléne y sale Sarkozy, en Francia, y, en fin, asiste a la final de la copa de baloncesto y pierde España contra pronóstico.

Ahora, después de ganar España, ha dicho que llamarle a él gafe es una maldad. Sus corifeos ponen de relieve el valor que ha tenido al asistir al partido y sus detractores que su gafancia ha sido contrarrestada por la buena suerte habitual del Rey de España. A mí, más que maldad, me ha parecido siempre una crueldad difundir que una persona es gafe, porque no existen pruebas de que existan, aunque puede ocurrir como con las brujas de Galicia.

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