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Otros Ulises y Eneas aguardan, pidiendo hospitalidad. Cuidado: si se ahogan, naufraga Europa

Lo que suele llamarse civilización occidental tuvo dos padres fundadores que, durante siglos, orientaron con sus gestas el quehacer de los pueblos europeos. Las vidas literarias de esos dos héroes fueron inventadas por un poeta griego, conocido como Homero, y otro latino, Virgilio. Entre todas las obras que se escribieron por entonces, la mentalidad colectiva seleccionó las epopeyas de Ulises y Eneas como las que daban mejor cuenta de los orígenes de esta cultura. Y todavía, la Odisea y la Eneida, se mantienen como exponentes de unos comportamientos que forjaron las pautas del Viejo Mundo. Ya por desgracia se leen poco. Y, lo que aún es peor, se han olvidado los motivos que convirtieron a Ulises y Eneas en modelos de vida ofrecidos a griegos, a romanos y a sus herederos. ¿Qué contaban Homero y Virgilio y por qué las proezas de aquellos dos personajes imaginados tuvieron tanta aceptación? De una u otra forma, ambos títulos, a pesar de la distancia en el tiempo en el que fueron escritos, recreaban una experiencia similar: tras una fatídica guerra (localizada en la legendaria Troya), uno de los vencedores, Ulises, quiere regresar a Ítaca, su hogar. El otro, uno de los vencidos, Eneas, se vio obligado a abandonar la Troya incendiada y crear un nuevo linaje, origen del que surgirá Roma. Pero, independientemente de la simetría en sus trayectorias vitales, lo llamativo entre uno y otro es el terrible periplo mediterráneo que sufrieron. Antes de encontrar amparo y acogida, debieron enfrentarse con las peores caras del infierno, acechando agresivas en casi todas la orillas del Mare Nostrum.

Sólo buscaban ser aceptados en una costa hospitalaria, pero aquellas figuras del mal (Circe, Polifemo, las sirenas), no les permitían reposar en sus tierras, aunque habían padecido infinitos naufragios y tragedias. Muchos compañeros de travesía no superaron tantas calamidades, pero Ulises y Eneas, gracias a su ingenio y astucia, lograron salvarse y darle sentido a sus vidas y a sus pueblos. Por tanto, leyendo la Odisea y la Eneida, junto con el placer de adentrarse en un clásico, se cumple con otra necesidad: desenmascarar a los nuevos Polifemo y Circe, encastillados en la costa con un solo punto de vista: xenofobia y exclusión. Pero no debe olvidarse que con estos guardianes no se hubiera fundado Europa. Sólo habría pueblos amurallados, compitiendo entre sí. Por fortuna, otros Ulises y Eneas aguardan, pidiendo hospitalidad. Cuidado: si se ahogan, naufraga Europa.

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