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SI alguien se pregunta por qué nuestro sistema educativo tiene problemas gravísimos -cosa que confirman cada dos por tres los análisis del informe PISA-, basta ver el guirigay que ha provocado la nueva ley educativa, la llamada ley Wert. En el Congreso, algunos políticos de la oposición la han acusado de ser "zombi" y "mesiánica", argumentos que tal vez podrían servir para un chat de videojuegos, pero que no sirven para un debate intelectual. Otro político -vasco, creo- ha montado un numerito con los brazos en cruz, para comparar esta ley con los castigos humillantes de los colegios antiguos. Y algunos políticos de la izquierda, con una chulería que parece la de un sargento chusquero pegando gritos en la cocina, anuncian que esa ley "nace muerta" porque ya se encargarán ellos de derogarla cuando lleguen al poder.

Y sí, es cierto que hay algunos aspectos de esta ley que son muy discutibles, como las subvenciones a los centros concertados que practican la segregación por sexos, y también es cierto que el ministro Wert debería haber llegado a un acuerdo con la oposición que garantizase la viabilidad futura de esta ley. Pero el problema es que en España es imposible alcanzar un consenso mínimo en materia educativa -o en cualquier otra, si a eso vamos-, ya que los dos bandos se aferran a sus principios inamovibles y ninguno acepta bajarse del burro, y nunca mejor dicho lo del burro. Nos guste o no, seguimos comportándonos como los dos gañanes de Goya que se sacuden garrotazos en medio de un páramo. Y así vamos.

El hecho mismo de que haya dos bandos educativos irreconciliables demuestra que nos hemos equivocado por completo, porque un modelo educativo que funcione necesita un gran consenso social y no puede edificarse sobre los prejuicios de uno de los dos bandos en pugna. Y ahí está el gran error, repito, porque nuestro modelo educativo tiene un exceso de ideología y carece de un sistema de evaluación crítica que le permita mejorar sus aciertos y corregir sus errores. De nada sirve, por ejemplo, la confusa palabrería ideológica que tanto se usa -"excelencia", "equidad", "respeto a la diversidad"- si los temarios son absurdos o los profesores no están bien preparados para su tarea. Esos puntos esenciales serían lo primero que habría que cambiar, pero eso no se hará nunca, porque seguiremos pegándonos garrotazos con una ley o con otra, sin escuchar jamás y sin bajarnos del burro. Un burro, dicho sea de paso, que ya tiene el tamaño de todo el país.

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