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Leyenda del Lunes

Las cofradías pierden a todo un referente del Lunes Santo, el ex hermano mayor de la Redención y ex miembro del Consejo Manuel Yruela (Sevilla, 1935-2013)

S I la Constitución tiene padres, el Lunes Santo también. El Lunes Santo está de luto porque Manuel Yruela se ha echado a morir en el regazo blanco de su Señor de la Redención. Está de luto la Plaza López Pintado de sus años de teniente con su amigo Fernando Baquero, saeta inolvidable de Rocío Jurado a la entrada de aquel palio de inconfundibles mecidas. Están de luto el Rinconcillo, la Relojería Suiza de la Plaza de San Francisco, el Don Carlos y El Portón a la hora del café, el Laredo auténtico, los pisacorbatas de heráldicas, los relojes sobre el mostrador de madera, los taxis de regreso a casa en las noches de cuaresma, la voz de Garrido Bustamante retransmitiendo la primera entrada de la cofradía y la voz saetera de su hermana Angelita, la mañana de la misa del Lunes Santo ante los pasos con la melodía de las pisadas por la rampa, la nómina de la cofradía de los años ochenta raspando los quinientos nazarenos, los saludos a San Benito y a la Sed con estandarte y cuatro varas a la sombra de la iglesia de Santiago, y hasta el maestro Vidrié le ha colocado crespones negros al aire al sonar el flautín de la marcha Rocío cuando la Virgen viene por el Corral del Conde, Salitas la espera sentado en la iglesia y Don Eugenio Hernández Bastos -manteo, bonete y vara- sonríe en la presidencia y todavía trae en la cara el sol de la tarde sufrido por la calle Imagen.

Manuel Yruela era del Rocío, como le gustaba decir, de Santa Cruz y de Montserrat. Pero en la esquela que hoy le colocamos sólo le ponemos los dos títulos que le escribimos en vida y que ahora, ay en esta muerte callada de días de vino y lonas, le volvemos a colocar: buena persona y cofrade del Lunes Santo. Hacía muchos años que Yruela no vestía de nazareno de merino y terciopelo verde. Ni falta que le hacía. Yruela tenía casta y hechura de nazareno de Lunes Santo por la calle Santiago todos los días del año. Se miraba el paso de su Virgen del Rocío y por allí andaba de paisano con su acreditación en el pecho al quite de cualquier incidencia, o se miraba al palquillo de la Campana y allí estaba de tertulia con Martín Cartaya o Antonio Silva a la espera de la cofradía de cuya fundación su padre fue testigo directo.

Yruela era un joven de 24 años que vivió momentos difíciles en la Redención junto a Don Eugenio, el cura de Hervás que entendió a las cofradías sin necesidad de cursos especiales. Sabía que hubo un día en el que encima de la mesa del cardenal Bueno Monreal estuvo la propuesta del decreto de disolución de la hermandad tras un nacimiento conflictivo, pero aquel purpurado dio toda una lección: "Esto es lo mismo que cuando uno trae un hijo al mundo. Hay que pensarlo muy bien antes, pero si finalmente lo trae hay que criarlo, educarlo y sacarlo adelante". Y puso al cura extremeño al frente de una junta gestora que dirigió la cofradía durante veintiún años y en la que se fue forjando aquel muchacho que décadas después ha asistido al florecimiento de una de las cofradías con más jóvenes de la Semana Santa. Qué curioso es que a la vera de un cura de Cáceres se criaran muchos cofrades que con el tiempo asumieron y siguen ejerciendo labores de gobierno en las hermandades. Yruela fue hermano mayor de su cofradía y después acompañó al presidente Manuel Román como delegado del Lunes Santo, donde jamás se vio con recelo su sólida pertenencia a una cofradía de la jornada. "Todo el mundo sabe de mi ecuanimidad", nos contó en un café de cuaresma, en unos de los últimos días en que regentó el negocio familiar de la Plaza de San Francisco, el local que su padre alquiló en 1933 como Relojería Alemana y que él rebautizó como Relojería Suiza, la denominación con la que funcionó hasta marzo de 2011.

Se ha querido marchar sin hacer ruido, como si a última hora hubiera cambiado el alegre merino de su túnica de cola por el elegante ruán de Santa Cruz. Como en el perfecto colofón de su vida, no ha querido molestar a nadie ni para morirse quien tenía la generosidad propia de haber crecido en una familia de nueve hermanos. Quizás por eso se fue un Jueves de Feria a buscar el abrazo del Señor de brazos caídos, manos abiertas y fondo de ramas de olivo tintineante. "Quiero al Lunes Santo como a un hijo". Y se murió uno de sus padres. Adiós a toda una leyenda del Lunes Santo.

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