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Leyes a mansalva

Una a una las leyes pueden criticarse, pero tanto peligro como las concretas pifias tiene el alud legal

Se agolpan los enredos legislativos del Gobierno. Colea lo de la ley del "Sólo sí es sí", pero no es sólo, no, esa ley. Las hay a porrillo. De golpe, nos despertamos con que la de la memoria democrática ampara multas a los asistentes a una misa de difuntos. El informe del CGPJ sobre la ley del maltrato animal es tan contundente que sería maltrato si la ministra Ione Belarra fuese un animal. La reforma de la malversación roza la malversación. La de la sedición es un indulto encubierto. La aplicación de la ley Trans será una locura. Y así.

Una a una las leyes pueden criticarse, pero tanto peligro como las concretas pifias tiene el alud legal. El amontonamiento se une a la pésima calidad técnica de las leyes y, además, a sus intenciones partidistas. El resultado de la marabunta es todavía peor: círculos viciosos enlazados como unos anillos olímpicos.

Como de las leyes concretas ya se nos explica que las hacen malas (en el sentido técnico) y malas (en el otro sentido), me concentraré en denunciar el hacinamiento. Felipe II, conocido como el Prudente, pedía "leyes pocas y que se cumplan". Demasiadas abruman al súbdito y producen incumplimientos por el sobrevenido solapamiento. Generan inseguridad jurídica y, mientras tanto, la ley pierde su aura sacra, porque cuesta trabajo sentirse interpelado por una norma que llegó ayer y se irá mañana. Efecto psicológico fácilmente comprobable en la comunidad educativa, vapuleada bajo las simultáneas, sucesivas e incesantes leyes del ramo.

Las hordas legales invaden el espacio vital de la norma más hermosa, que es la costumbre. También la libertad individual se resiente. Cada vez hay menos ámbitos donde lo que no es obligatorio no está prohibido. Y, en consecuencia, las leyes multiplicadas también ocupan el pequeño terreno de los contratos privados. Esto no es moco de pavo porque en la costumbre alienta el poder legislativo de la comunidad; en la autonomía moral, la soberanía del individuo; y en los contratos, la posibilidad de crear Derecho juntos que gozan los ciudadanos libres.

En el frenesí legislativo del Gobierno late una evidente tentación totalitaria, aunque sea bajo la cobertura de las mayorías parlamentarias coyunturales. Hay quien se conformaría con que legislasen bien. Yo, no. Aspiro también a que legislen mucho menos, y dejen algunos ámbitos libres donde usted y yo podamos hacer un poquito nuestra santa voluntad tranquilos.

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