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César Romero

Librero Taravillo

Existe una creencia que quiere a la cultura desligada del dinero, como si éste manchara

Antonio Rivero Taravillo.

Antonio Rivero Taravillo. / Juan Carlos Muñoz

AUNQUE hacia el cambio de siglo había librerías en Sevilla donde el aficionado podía hojear las novedades y, en más de una, un buen fondo, desde las céntricas Antonio Machado, Céfiro, Pretil, Rialto, La Roldana o Reguera hasta las más alejadas Casa de Libro o Palas, la inauguración de la primera librería de la cadena Casa del Libro en 2001 supuso un revulsivo no sólo en lo comercial sino también en el panorama cultural de la ciudad. De cómo echó a andar, lo que supuso en aquel entonces y las peripecias de sus primeros cinco o seis años trata Un hogar en el libro, que acaba de publicar quien fuera su primer director, Antonio Rivero Taravillo.

Uno de los primeros aciertos del autor es llamar a la librería tienda. Porque eso es: una tienda de libros. Vender es su primer objetivo. Existe una muy extendida creencia que quiere a la cultura desligada del dinero, el negocio, como si éste la manchara. Y lo cierto es que si, antes de nada, no se entiende como empresa está condenada a perecer. Aquí lo ha contado hace poco, con mordacidad, Javier González-Cotta, a propósito de otra librería sevillana que aún vive de ese ideal falsamente romántico (y de los sablazos a incautos que compran mercancía tan averiada). Sólo desde una saneada gestión se puede, a continuación, cumplir con otras misiones: enriquecer la vida cultural del lugar, tejer una red de programas, talleres, actividades, etcétera, que vayan ampliando las posibilidades de la ciudadanía en este ámbito. De ambas cosas se ocupó Rivero Taravillo en su lustro largo al frente de esta librería, y tanto de la solvencia económica como de la multitud de proyectos culturales que, amparados bajo el potente sello Plantea, dueña de Casa del Libro, puso en marcha, va dando cuenta en esta crónica que se lee de un tirón. Cuando el grupo dio un giro en su dirección y arrumbó esta segunda labor, potenciando la pura gestión económica, donde el libro es tratado como un producto sin más, prescindió de sus servicios.

El relato de Rivero Taravillo, más allá de la intrahistoria de una empresa que el próximo año será centenaria, de las relaciones que se tejen entre las bambalinas de un mundo, como casi todos, pleno de egos, deja una variedad de retratos magnífica. De la distinta idiosincrasia de los empleados, de ciertos miembros de la competencia, como la inefable dueña de las librerías Beta, y de algunos personajes del panorama literario local. Fernando Iwasaki, León Lasa, Pepe Serrallé, Rodríguez del Corral, el inolvidable Vicente Tortajada, el estrafalario Pepe Cala, etcétera, son retratados con sagacidad marca de la casa, porque si librero, director editorial, traductor y casi de todo lo relacionado con el libro, si en última instancia incansable lector, Rivero Taravillo es, sobre todo esto, un excelente escritor. Léanlo: se sentirán como en casa.

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