La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Libros para los días sin reloj

Tiempo feliz para quienes, como Truffaut, prefieren el reflejo de la vida en libros y películas a la vida misma

Se llenan las páginas de los diarios de recomendaciones de los libros más apropiados para las vacaciones de verano. ¿Cuáles llevar allí donde se vaya? ¿O qué debería leer quien, por la razón que sea, no vaya a ningún sitio en estos días que sería de desear (y para algunos de temer: los duros fines de semana de verano ahondando las soledades de los solitarios) estén más libres de obligaciones? ¿Cómo equilibrar la calidad exigible, la ligereza propia del relax de las vacaciones, el entretenimiento que invite a una lectura absorbente que se imponga a otras tentaciones e incluso el formato (porque estamos hablando de libros, no solo de leer) lo suficientemente ligero como para llevarlo siempre consigo al campo, la playa o la sierra?

En los días de vacaciones quienes leen poco por presión del trabajo se ponen al día. Quienes leen mucho lo hacen aún más. Y quienes no suelen hacerlo le conceden algún tiempo a la lectura. Bendito sea Aestas, dios romano del verano, y gloria sea dada a Cayo Julio César y a su sobrino nieto Cayo Octavio Augusto que dieron nombre a julio y agosto, por templar la embestida del tiempo y estirar los días para rellenarlos de libros. ¿Cuáles llevarse? Un error puede costar caro. Y la demasía puede resultar humillante -además de hacer más trabajoso el traslado acrecentando las habituales protestas familiares- cuando vuelvan a la maleta todos los no leídos.

Ya pocos disfrutan, o ni tan siquiera las desean, aquellas antiguas vacaciones de dos meses con la madre y la abuela, que vivía con ellos, a cargo de la familia mientras el padre ejercía de Rodríguez cual López Vázquez en 40 grados a la sombra o, por apuntar más alto, como el Tom Ewell de La tentación vive arriba. Esta reducción de las vacaciones obliga a afinar más las elecciones librescas. No es mi caso. Conrad es a mi verano lo que Verne, Rider Haggard y Conan Doyle a mi otoño, Dickens a mi Navidad y Proust a mi primavera.

Llega el tiempo en el que las horas duran más y los días carecen de nombre, confundiéndose unos con otros. Tiempo feliz de largas lecturas para quienes compartimos esta hermosa confesión de Truffaut: "Siempre he preferido el reflejo de la vida a la vida misma, he elegido los libros y el cine desde la edad de once o doce años porque prefiero ver la vida a través de ellos". Y no se engañen: este reflejo es la vida sentida y reflexionada, y este ver es una forma de vivir.

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