PARECE ser que la panacea para que el fútbol español funcione en sus estructuras como funciona en la yerba es reducir la Primera División a dieciséis equipos. Dieciséis eran los que componían la Liga cuando un servidor empezó a ir al fútbol y así estuvo la División de Honor hasta que la 71-72 arrancó ya con dieciocho equipos. Una artimaña de Manuel Irigoyen hizo que su Cádiz permaneciese en Primera a costa de ampliar a veinte los participantes en la 86-87 para que en la 95-96 se fuese a veintidós a fin de que ni el Sevilla ni el Celta pagasen con el descenso a Segunda B sus errores administrativos, pero eso duró un solo curso.
Ahora, los dos grandes junto a algunos que se sienten muy seguros donde están, andan en lo de reducir la Liga a sólo dieciséis y apelan a lo que aconseja la FIFA con el fin de aligerar el calendario. Pero subyacen otras cuestiones en este afán de dejar con menos comensales la gran mesa del fútbol. La primera es que si el número de comensales baja, los platos son más abundantes, eso está claro. Sandro Rosell agrega que son muchos los clubes en claro trance de desaparición y, al parecer, lo que pretende es acelerar el proceso bajo la premisa de echarlos de la mesa, de la única mesa que permite la viabilidad de un club de fútbol en el concierto español.
Pero hay más motivos para la milonga, sobre todo por parte de los que que verdaderamente mandan. Con ocho jornadas menos de Liga, no se crea usted que va a primar un esfuerzo más normal en los futbolistas, menos extenuante, no, qué va. Con ocho jornadas menos de Liga, tanto el Barça como el Madrid tendrán más fechas libres para hacer caja en países ignotos. Si estos horarios tan incomprensibles se han puesto pensando en el mercado oriental, con ocho jornadas menos, azulgranas y merengues, podrán obtener pingües beneficios en Hong Kong o en Abu Dabi y, además, los desalojados morirán antes y el sufrimiento será menor. Si es por su bien...
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