LLEGA el clásico y todo se para, todo el país pendiente de lo que ocurra a las muy heterodoxas ocho menos diez de la tarde en el gran coliseo de la Riera Blanca. No importa que el Barça le enseñe la matrícula al Madrid con ocho puntos marcando una distancia que hoy va a cambiar. Para la Liga, lo bueno sería que el equipo de Mourinho se llevase los tres puntos. De esa manera, el campeonato seguiría siendo lo que siempre debió ser, una competición en la que la competencia vive hasta el final. Un triunfo del Barça haría que la distancia se agrandaría tanto que el interés del título decaerá de manera considerable.

En condiciones de normalidad, el Barça partiría de favorito porque, entre otras cosas, es mejor, pero no se dan condiciones de normalidad en este clásico. Las bajas en el corazón de la defensa azulgrana y la inoportunidad de convertir el partido en una especie de referéndum secesionista hacen que el partido no se ubique dentro de los parámetros de la normalidad. El Madrid sí llega con toda su artillería a tope, por lo que un triunfo suyo no sería sorpresa alguna, con lo que la alegría vestiría de blanco en el campo y llegaría a todos los que aún creemos que la unidad de España es un bien y no una condena, una normalidad frente a una locura de iluminados.

Alguien dijo alguna vez que el Barça es el ejército desarmado de un estado inexistente y hoy se pretende hacerlo ver en el Camp Nou. No hay mejor día que hoy, pues el Madrid es el símbolo español aunque haya tan poquitos españoles en ese equipo. Un dolor que se mezclen política y deporte, por lo que hay que encomendarse al santoral para que lo de hoy en el gran coliseo culé sea un partido de fútbol y no una Diada más. En condiciones de normalidad, un servidor apostaría por el Barça porque, entre otros matices, su fútbol provoca que amemos aún más este hermoso juego, pero a la Liga le viene mejor que gane el Madrid para no morir en otoño, tan pronto.