DESDE el convencimiento absoluto de que arbitrar es muy complicado, ahora se me sube y sube la adrenalina viendo el pulso que se traen madridistas y barcelonistas a la hora de presionar a los trencillas con el único objetivo de llevar el agua al molino propio. En Madrid acuñaron el término villarato para intentar que las cosas volviesen a ser como eran antes, sobre todo en los largos años en que el muy madridista José Plaza dirigió el estamento arbitral. Tiempos en los que, por ejemplo, para que el Madrid fuese castigado con penalti había que arrancarle la cabeza al delantero; y en el Bernabéu, ni siquiera así.

Ahora, como la superioridad barcelonista en el campo ha sido -no digo que vaya a seguir siendo- palmaria, pues se esgrime al arma torticera del villarato para equilibrar la balanza. Y pasa que se propalan costumbres de cortesía como arma arrojadiza contra el Barça, y el gol increíble del Tenerife se maneja como si con ese gol hubiese perdido el Madrid, y por otro lado claman Xavi y Piqué contra esos mismos árbitros igualmente denostados desde la capital del Reino. Todo esto se mete en la coctelera, se agita convenientemente y nos sale un bebedizo nauseabundo que deja en malísimo lugar a una Liga que fue de las Estrellas y que no pasa de un duelo entre dos.

Nada ajeno a merengones y culés tiene sitio al sol de nuestro fútbol, absolutamente nada. Que Pérez Burrull se equivoca clamorosamente en un Atleti-Valencia, pues se achaca al villarato sin saber por qué. Bueno, sí se sabe; es para seguir presionando a los árbitros a fin de que el perseguidor dé alcance al perseguido de una puñetera vez. Se quejan en Madrid y hacen lo mismo en Barcelona no más se ven tratados con el rasero general. Todo es puro ventajismo para ostentar la supremacía y que le vayan dando a los demás por do más pecado haya. Como para seguir creyendo que esto es una Liga y no un duelo al sol que más calienta entre dos, sólo entre dos.